Para obtener una perspectiva sobre la lección de liderazgo que presenta la Parashá de esta semana, suelo pedirles a las personas que hagan un experimento mental. Imagínense que son los líderes de un pueblo que ha sufrido el exilio por más de dos siglos y ha sido esclavizado y oprimido. Ahora bien, luego de una serie de milagros el pueblo está a punto de ser liberado. Los reúnen y van a dirigirse a ellos. Ellos esperan con ansias sus palabras. Es un momento decisivo que nunca olvidarán. ¿Qué les dirían?
La mayoría de las personas responderían: hablaríamos sobre la libertad. Esa fue la decisión de Abraham Lincoln en su discurso en Gattysburg, cuando invocó la memoria de “una nueva nación, concebida en libertad”, y miró hacia adelante al “nuevo nacimiento de la libertad”. Hay quienes sostienen que la inspiración pasa por hablar del destino que aguarda adelante, “la tierra que mana leche y miel”. Sin embargo, otros afirman que le advertirían al pueblo acerca de los peligros y los desafíos que deberán enfrentar en lo que Nelson Mandela denominó “el largo camino hacia la libertad”.
Cualquier de estas opciones hubiera sido considerada el gran discurso de un gran líder. Guiado por Di-s, Moisés no hizo ninguna de las cosas sugeridas. Fue precisamente eso lo que lo convirtió en un líder único. Si analizamos el texto de la Parashá Bo, veremos que vuelve sobre el mismo tema en tres oportunidades: los niños, la educación y el futuro distante.
Cuando nuestros hijos nos preguntan “¿cuál es el significado de este ritual?” debemos contestarles “corresponde al sacrificio de Pesaj que hicimos en nombre de Di-s porque Él pasó sobre las casas de los Israelitas en Egipto cuando golpeó a los egipcios, pero a nosotros nos salvó”.1
Debemos explicarles a nuestros hijos ese día que lo hacemos “por lo que Di-s hizo por nosotros cuando nos liberó de Egipto”.2
La próxima vez que nuestros hijos nos pregunten “¿cuál es el significado de esto?” debemos contestarles, “fue con mano gentil que Di-s nos sacó de Egipto, de la tierra de esclavitud”. 3
Esto constituye uno de los actos de liderazgo más contrarios al sentido común. Moisés no hablo acerca del presente o del mañana. Habló del futuro distante y del deber de los padres de educar a sus hijos. Incluso se aventuró a decir – como interpreta la tradición judía – que debemos alentar a nuestros hijos a hacer preguntas, para que el legado del judaísmo no sea un mero acto pasivo de aprendizaje, sino un dialogo activo entre padres e hijos.
Entonces los judíos se convirtieron en el único pueblo en la historia que predicó su propia supervivencia mediante la educación. El deber más sagrado de todo padre era enseñar a sus hijos. Pesaj en sí mismo se convirtió en un seminario constante en pos de la memoria. El judaísmo se convirtió en la religión cuyos héroes eran maestros y cuya pasión era estudiar y alimentar el conocimiento. Los mesopotámicos construían Ziggurats. Los egipcios construían pirámides. Los griegos, el Panteón. Los romanos, el Coliseo. Los judíos construyeron escuelas. Y este es el motivo por el cual, de todas las civilizaciones del antiguo mundo, los judíos son los únicos que siguen vivos y pujantes, continuando con la vocación de sus ancestros y con su legado intacto.
La visión de Moisés era muy profunda. Sabía que no podía cambiar el mundo con superficialidades, con monumentos arquitectónicos o con ejércitos e imperios. Sabía que no debía usar la fuerza ni el poder. ¿Cuántos imperios han surgido y se han derrumbado mientras la condición humana perdura inmutable?
Existe una sola forma de cambiar el mundo y es mediante la educación. Debemos enseñarles a los niños la importancia de la justicia, la rectitud, la gentileza y la compasión. Debemos enseñarles que la libertad solo puede sostenerse por medio de leyes y hábitos de auto restricción. Debemos recordarles constantemente acerca de nuestra historia, “fuimos esclavos del Faraón en Egipto”, porque aquellos que se olvidan de la amargura de la esclavitud eventualmente pierden el compromiso y el coraje para luchar por la libertad. Y debemos alentar a los niños a preguntar, desafiar y discutir. Debemos respetarlos si queremos que respeten los valores que deseamos transmitirles.
Esta es una lección que la mayoría de las culturas aún no han aprendido después de más de tres mil años. Las revoluciones, las protestas y las guerras civiles alientan a las personas a creer que derrocando a los tiranos o teniendo elecciones democráticas acabarán con la corrupción, construirán la libertad y fomentaran la justicia y el gobierno de la ley. Y se sorprenden cuando esto no ocurre. Lo único que consiguen es cambiar algunas de las caras que transitan los corredores del poder.
En uno de los grandes discursos del siglo XX, un juez americano muy distinguido, el Juez Learned Hand, dijo:
“Con frecuencia me pregunta si no depositamos demasiado nuestras esperanzas en la constitución, en las leyes y en los tribunales. Estas son falsas esperanzas; créanme, lo son. La libertad yace en el corazón de los hombres y las mujeres; cuando muere no hay constitución ni ley ni tribunal que pueda salvarlo, y no hay nada que puedan hacer para ayudarnos.” 4
Lo que Di-s le enseñó a Moisés, fue que el verdadero cambio no radicaba en obtener la libertad, sino en sostenerla, manteniendo su espíritu vivo en el corazón de las generaciones futuras. Esto solo puede lograrse mediante un proceso educativo sostenido en el tiempo. Y esto tampoco es algo que se pueda delegar a los maestros y a las escuelas. Un gran porcentaje debe permanecer en manos de la familia, en el hogar, y con la obligación sagrada que deriva del deber religioso. Nadie vio esto con más claridad que Moisés y solo por su enseñanza es que los judíos y el judaísmo han sobrevivido.
Lo que hace grandes a los líderes es que pueden anticiparse a los hechos, preocupándose no por el mañana o por el próximo año o la próxima década. En uno de sus primeros discursos, Robert F. Kennedy hablo sobre el poder de los líderes para transformar el mundo cuando tiene una visión clara de un futuro posible:
“Algunos creen que no existe nada que un hombre o una mujer pueda hacer contra el abanico enorme de miserias del mundo- la ignorancia, la injusticia, la violencia. Sin embargo, muchos de los mayores movimientos del mundo, de pensamiento y acción, han nacido del trabajo de una sola persona. Un joven monje comenzó la reforma Protestante, un joven general extendió un imperio de Macedonia a las fronteras del mundo, una joven mujer recupero el territorio de Francia. Fue un joven italiano quien exploro en Nuevo Mundo, y Thomas Jefferson, de solo 32 años proclamó que todos los hombres son creados iguales. “Denme un lugar donde pararme”, dijo Arquímedes, “y moveré el mundo”. Estos hombre movieron el mundo, y lo mismo podemos hacer todos nosotros.” 5
El liderazgo visionario es parte intrínseca del judaísmo. Como dice el libro de Proverbios “sin una visión [jazón], el pueblo perece.”6 Esa visión en la mente de los profetas fue la de un futuro a largo plazo. Di-s le dijo a Ezequiel que el profeta es un guardián, aquel que asciende a un lugar privilegiado para observar el peligro que hay a la distancia, antes que el resto pueda percibirlo desde la llanura. 7 Los sabios dicen “¿Quién es sabio? Aquel que ve las consecuencias a largo plazo [ha-nolad]. 8 Dos de los grandes líderes del siglo XX, Churchill y Ben Gurion, también fueron reconocidos historiadores. Conociendo el pasado pudieron anticiparse al futuro. Eran como maestros del ajedrez que, como habían estudiado cientos de jugadas, reconocían casi de inmediato los peligros y las oportunidades de cualquier configuración de las piezas en el tablero. Sabían lo que ocurriría si movían tal o cual pieza.
Si queremos ser grandes líderes, no importa en qué terreno, ya sea que seamos primeros ministros o padres, es esencial que pensemos en el largo plazo. Nunca debemos elegir la opción más fácil porque sea simple o rápida o porque nos provea satisfacción inmediata. A la larga, terminaremos pagando un precio muy alto por ello.
Moisés fue un gran líder porque nos enseñó a futuro, más que cualquier otro líder. Sabía que el verdadero cambio en el comportamiento humano es fruto del trabajo de muchas generaciones. Por lo tanto, debemos considerar la educación de nuestros hijos como la mayor prioridad, para que ellos continúen lo que nosotros comenzamos, hasta que el mundo cambie porque nosotros hemos cambiado. Él sabía que si quería planificar para un año, debía plantar arroz. Si quería planificar para una década, debía plantar árboles. Y si quería planificar para la posteridad, debía educar a los niños. 9 La enseñanza de Moisés, de más de 33 siglos, aún está vigente.
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