Mi pecho se comprimió mientras escuchaba lo que mi amiga me contaba. Me dijo que un vecino nuestro, un joven padre de cinco niños, estaba muy enfermo. “Empieza quimioterapia la semana que viene…”.
Esta va a ser una batalla larga y difícil. Su esposa está abrumada. Necesitan que se les preparen comidas y que haya niñeras para hacerse cargo de sus pequeños hijos durante las semanas de tratamiento. Me ofrecí para hacer ensaladas y cocinar guarniciones los domingos, agradecida de que esto es algo que puedo hacer, agradecida por ser yo la que hace las comidas y no quien las recibe. Cada vecino se ocupa un día o ayuda cuidando a los niños.
Pienso para mí: “¿De qué otra manera puedo ayudar a esta familia?”. Lamentablemente, no tengo dinero para dar. No puedo comprar juguetes o regalos para los niños. Miro mis manos. Gracias a Di-s, tengo manos fuertes que dan masajes y reflexología a diario. Enseguida le digo a mi amiga: “Dile a la esposa que le voy a regalar un masaje. Estoy segura de que lo necesita. Y más importante aún, dime el nombre del marido para que pueda rezar por su plena recuperación”.
En nuestra pequeña comunidad observante, las noticias se difunden rápido. Se dedican clases de la Torá a la recuperación de este hombre. Se recitan salmos y rezos. Cada uno ayuda como puede.
Yo preparo comida, susurrando oraciones para una recuperación completa mientras corto vegetales. Después llevo a mis hijos para ayudar a entregarla. La esposa abre la puerta. Me agradece y me dice cuánto aprecia el ofrecimiento del masaje, cuán significativo es y cuánto lo necesita. Me dice que me lo va a pagar. Yo sé que esta mujer no tiene dinero, especialmente ahora en estas circunstancias. Le digo que insisto, que gracias a Di-s, esto es lo que puedo dar. Acepta y toma nota de mi número de teléfono para concertar un horario para el masaje.
Tengo tantos pensamientos cuando estoy en mi sucá, rodeada de mi esposo y mis hijos. Estoy agradecida porque esta semana estoy con mi familia. Cocino platos especiales y nos vestimos con nuestras mejores ropas, pero Sucot tiene otra faceta cuya belleza puede encontrarse en las cosas simples.
Durante Sucot, dejas atrás tu hogar y sus lujos. Vives en una “choza” temporaria. Algunas son grandes, otras pequeñas, pero ninguna es como tu verdadero hogar. A través del techo de ramas puedes vislumbrar las estrellas. Sientes el viento. Escuchas ruidos: pájaros, gatos, autos, vecinos. En la sucá, te das cuenta de que posiblemente no necesites mucho para conectarte, para ser, para dar y recibir.
En Sucot, tomamos las arba minim, las cuatro especies, que consisten en una rama de palma (lulav), dos de sauce (aravot), tres de mirto (hadasim) y un citrón (etrog). Agrupamos el lulav con las aravot y los hadasim, y los tomamos con la mano derecha. Al etrog (que simboliza el corazón) lo tomamos con la mano izquierda. Unimos las manos conectando las cuatro especies. Las arba minim representan cuatro tipos de judíos, cada uno con sus propias fortalezas y debilidades. Si falta una especie, la mitzvá no es válida. Por lo tanto, cada una es vital para la mitzvá, como también lo es cada judío para el pueblo judío.
El corazón se extiende hacia las manos. La mano toma las cuatro especies. Los judíos no necesitan más que el corazón y las manos para acercarse a otro. Cada persona tiene algo para ofrecer. Cada persona tiene un talento o un don que puede ayudar a otra. Esta puede ayudar con una comida, y esta otra con un rezo. Esta puede ayudar con una palabra amable, y aquella con dinero. Ninguna es más importante que otra.
Una amiga me dijo una vez: “Quiero ser rica para poder ayudar a quien lo necesite”. Su comentario fue noble y hermoso, pero no estuve de acuerdo. No existe algo necesario ”para poder…”. Hay muchas mujeres y hombres santos que dan y dan y dan, y monetariamente no tienen casi nada.
Durante Sucot, salimos de nuestros hogares, fuera de nuestra mentalidad fija (que está confinada por un techo y paredes permanentes), y entramos en la sucá, que es un mundo de posibilidades ilimitadas pero simples. Miramos dentro de nosotros y preguntamos: "¿Cuáles son mis fortalezas? ¿Dónde se encuentra mi grandeza? ¿Qué dones me dio Di-s de los que puedo sacar fuerzas? ¿Cómo puedo usar mi corazón y mis manos para conectarme, para estar presente, para recibir y para dar?".
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