El aceite permea toda la sustancia de algo (Shuljan Aruj, Ioré Deá 105:5)
Cuando entra el vino, sale el secreto (Talmud, Eruvín 65a)
El aceite está dentro. El aceite evita la superficialidad, no lo vas a encontrar siguiendo una moda o posando para una foto. Cuando el aceite entra en contacto con algo, lo satura hasta el núcleo, permeándolo por entero.
Cuando se enciende, el aceite es un maestro de la modestia. Arde silenciosamente, no es para él el ruido vulgar de los fuegos artificiales ni el débil chisporroteo de una vela de cera. Su luz no irrumpe a través de la puerta arrasando la oscuridad; sino que, gentilmente persuade a la oscuridad para que ilumine con una luz espiritual.
El vino es un reportero de prensa sensacionalista. El vino derriba al guardia de seguridad de la mente para soltar los labios, derramar los intestinos, y dar vuelta el corazón. El vino expone los secretos más íntimos en las páginas frontales de la vida.
Janucá es aceite, Purim es vino.
Janucá es el triunfo del alma judía. Los griegos no tenían planes para el cuerpo judío; ellos querían el alma de Israel, buscaban adoctrinar su mente con su filosofía y teñir su espíritu con su cultura. El judío no peleó por la libertad de su ser material sino para liberar su identidad espiritual del dominio helénico.
Haman y compañía no se molestaron con esas sutilezas. Ellos tenían un objetivo simple: la destrucción física de cada judío sobre la faz de la tierra. Purim recuerda la salvación de la existencia física judía.
Janucá se conmemora con aceite. Janucá celebra la intimidad del alma judía, la esencia que permea y santifica todos los rincones de la vida del judío. Janucá celebra el resplandor secreto del espíritu, que, en vez de oponerse a la oscuridad, la infiltra y transforma desde adentro.
En Purim servimos vino. Purim es una festividad ruidosa, un desfile llamativo, un espectáculo de disfraces. Purim celebra el hecho de que el judío es más que un alma, es también un cuerpo. Purim celebra el hecho que nuestra judeidad no es solo una espiritualidad interna sino también una realidad palpable; que no solo permea nuestros seres desde dentro, sino que también se derrama en las exterioridades de nuestras vidas materiales.
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