La alegría se desvanece cuando las cosas no resultan como deseamos. En ese momento, sentimos que se nos quiebra el corazón en mil pedazos, el universo entero se desploma frente a nuestros ojos, sobreviene un instante de inmensa frustración, creemos que se trata del final y que para volver a levantarnos necesitaremos recorrer un camino largo y tortuoso.

De repente, pareciera como si la vida nos arrebatara la tranquilidad, y quedamos presos de una depresión inevitable. Nos sentimos víctimas de circunstancias desconocidas que desbaratan todo lo que hemos logrado construir.

Es cierto que las circunstancias juegan un rol importante en nuestras vidas. Cuando son favorables, podemos sostener un estado de ánimo positivo y gozamos de una tranquilidad temporal. Sin embargo, esa alegría que proviene de afuera no es verdadera ni duradera, está subordinada a factores externos.

La verdadera alegría, la genuina, es simple. No proviene de elementos externos, sino de la verdad interior que define al alma. Es una iniciativa directa de la Chispa Divina que arde en lo más íntimo de nuestro ser. Aunque suene extraño y difícil de aceptar, esa felicidad auténtica no es forjada por argumentos que la vitalizan, sino que emerge cuando remueves las barreras que la obstaculizan. No se trata de algo que construyes, sino de algo que develas. Cuando quitas todos los factores que interfieren con su luz, la claridad brota, proviene de una verdad intrínseca e inmune a los altibajos de las experiencias.

Esa satisfacción momentánea que sientes cuando las cosas fluyen de acuerdo con tus expectativas, no posee solidez ni consistencia, es artificial, sofisticada y compleja, no tiene voz propia, solo se alimenta de lo superficial y lo material. De aquí proviene el regalo que la oscuridad nos obsequia, porque cuando todo está en orden, caemos con facilidad en la equivocación de atribuirle nuestra alegría a esos elementos favorables y creemos que nuestra satisfacción es directamente proporcional a las circunstancias positivas. Pero en el instante en que la oscuridad aparece y arrasa con ella, nos vemos obligados a descubrir el verdadero motivo para ser felices, uno que no es proporcional a la realidad creada, al contrario, es la razón de ser de esa creación, es el catalizador de todo lo que nos rodea, es una luz que posee el secreto del Ser Supremo y que demuestra el sentido absoluto de todo lo que existe, incluso de la oscuridad.

En palabras más sencillas, cuando te hayas en un estado de depresión tal que no encuentras motivos para ser feliz, es entonces cuando tienes la oportunidad de conectarte con la verdadera alegría de tu ser interior.

Intenta escuchar con atención una melodía jasídica, de aquellas que transmiten la inspiración Divina que resuena en lo más profundo del alma. Al hacerlo, una voz irrumpirá en tu interior, se trata del Ietzer Hará (instinto del mal) que te cuestionará. ¡¿Estás enloqueciendo?! ¡¿Tu mundo se está derrumbando y tú tienes tiempo de sentarte a cantar?! En ese momento, debes reunir todo tu coraje y exclamar ¡No se trata de mí, se trata del Eterno!

Piensa en lo siguiente: ¿Qué mérito tiene estar alegre cuando las cosas van bien? En el instante en que peor te sientes, gracias a tu depresión, puedes revelar una alegría que no está supeditada a ningún factor externo. Una alegría que no depende de cómo te sientes ni de cómo resultan las cosas, no está condicionada, en lo absoluto.