El rabino Yehoshua Forma, su esposa Rica y sus siete hijos, estuvieron de Shlijut en Asunción, Paraguay, durante diez y siete años. Fue el primer rabino en esa ciudad; se dedicó incansablemente a guiar y aconsejar a cientos de judíos para reencontrarse con sus raíces. En ese tiempo, el rabino y su familia construyeron una Mikve, un jardín de infantes, una escuela primaria y, se ocuparon de abastecer con comida Kasher a su comunidad.

Actualmente, el rabino y su familia viven en Buenos Aires, Argentina y, en la localidad de Vicente López, creó un centro de estudios judaicos para la juventud. Dicta charlas, organiza seminarios y realiza diversos encuentros para jóvenes; además, es consejero matrimonial.

Para nosotros se trataba de un año más, con las mismas actividades que estábamos acostumbrados a realizar. Si bien la rutina había logrado que las cosas se desenvuelvan de un modo más natural, no reducía en absoluto el intenso esfuerzo que se requeria de nuestra parte.

Mi Shlijut en Paraguay fue un reto maravilloso; era una comunidad muy pequeña, apenas tenía unos cien miembros; hacía más de noventa años que no tenían un rabino.

En verano, la temperatura podía alcanzar los 46°C, con fuerte humedad. Era un país del tercer mundo y recién salía de treinta y cuatro años de dictadura militar. No teníamos: panadería Kasher; leche Jalav Israel, (nosotros ordeñábamos nuestra propia leche), Shojet; escuela judía y a nuestros hijos los educábamos en casa. Para encontrar a otro judío religioso, teníamos que viajar al menos mil quinientos kilómetros, no era un Shlijut fácil.

Se aproximaba la fiesta de Sucot, y con ella, nuestra Expo Kasher… venían tres días largos para ¡cocinar, cocinar y cocinar! Teníamos tres empleadas trabajando a tiempo completo en la cocina de Beit Jabad, pelando vegetales, lavando, horneando, friendo… Mi esposa, ¡que D-os la bendiga mil veces! revisaba los huevos y, los vegetales, cernía la harina, y prendía las estufas. El calor afuera era infernal… imagínense la temperatura en la cocina, con los hornos encendidos.

Yo pensaba, ¿para qué tanto trabajo?, mejor contratamos un catering… pero, el catering más cercano estaba a unos mil quinientos kilómetros de distancia.

Al ver toda esa actividad, no pude contenerme y exclamé en voz alta: ¡Tenemos tres días consecutivos trabajando incansablemente, para abastecer a la comunidad con comida Kasher por tres horas!

Finalmente llegó el día, era Jol Hamoed Sucot1 . Vinieron más de noventa personas (para Paraguay es una cifra muy significativa). ¡Comenzó Expo Kasher! La Sucá estaba llena de personas, todas estaban comiendo.

¡Qué rica está la comida!, comentaban. Se escuchaba música, el ambiente que reinaba era de alegría, todos los presentes comían y brindaban con nuestro tradicional Lejaim. Habíamos servido el postre y ya casi era media noche, nadie tenía interés en regresar a sus casas.

Yo pensaba para mis adentros: cuando todos se marchen tendremos que recoger y limpiar, pasarán horas para que podamos ir a descansar… mi esposa e hijos estaban disfrutando de la compañía de la gente y gozando de los cumplidos que recibían por la deliciosa comida. El ambiente de esa noche fue una experiencia inolvidable. Yo ya estaba exhausto y aunque gozaba viendo a mi familia y a mi comunidad tan feliz, no aguantaba más por el cansancio.

Un pensamiento insólito apareció en mi mente: ¿por qué debo hacer todo esto? ¿Acaso esta es mi misión en la vida? ¿Estar en un lugar alejado de todo, y privar a mi familia y a mí mismo, de vivir en una comunidad que nos ofrezca lo necesario material y espiritualmente? Un Jeider, un Minian, un Shiur, un Farbrenguen, ¿Venir a un lugar tan alejado, y vivir aquí?, ¿que mis futuros hijos nazcan aquí?… cocinar por tres días seguidos cada año…

Era mucho más de media noche, la gente seguía con nosotros en la Sucá, yo estaba agotado.

De pronto se me ocurrió hacer la rifa, tenemos cuatro premios. Después de anunciar a los ganadores, todos se irían. Pedí que me trajeran la caja que contenía los nombres de los participantes. Entré a la sinagoga con el micrófono, y a través de los parlantes todos podían escucharme dentro de la Sucá.

Hola a todos, ¡Jag Sameaj!, ¡Lejaim, Lejaim! Estamos por finalizar esta maravillosa noche, vamos a comenzar con la rifa. ¿Están listos? Sí… contestaron.

Cinco niños se acercaron y se pararon a mi alrededor, estaban ansiosos por ganar la rifa; detrás de mí estaba Henry Shvartzman para ayudarme con los premios.

Después llamé a una de las señoras y le pedí que sacara el primer boleto, extrajo el número ganador, lo leí en voz alta: ¡el número ganador es… cero, cuatro, cinco, nueve y… dos!

Un gran silencio reinó en la Sucá… la señora que había sacado el número comenzó a reír. ¿Por qué te ríes?, le pregunté. Rabino… ¡el número que saqué es el mío!

¿Me estás hablando en serio? le pregunté, mientras cubría el micrófono con la mano. ¡Sí… mire rabino!

Adivinen qué…, dije por el micrófono. El número ganador es de la señora que sacó el boleto, los asistentes comenzaron a reír, era algo que podía suceder.

Se acercó la esposa de Henry Shvartzman, Susy, para sacar el siguiente número, y me lo dio para que lo leyera en voz alta, leí el número e inmediatamente vi cómo el rostro de Susy se enrojecía, ¿estás bien?, le pregunté. Rabino… saqué mi número. ¿En serio?, le pregunté mientras tapaba el micrófono con la mano. Sí… mire; observé su boleto y quedé sorprendido. Escuchen… sé que es algo extraño, pero Susy sacó su propio número.

De nuevo todos empezaron a reír a carcajadas, era algo increíble, no podíamos creerlo. Se me acercó Marcos Ismachovitch, y preguntó: ¿qué es lo que está ocurriendo aquí?... ¿Están haciendo trampa? ¡Yo sacaré el siguiente número!

Las personas en la Sucá escucharon los comentarios de Marcos y comenzaron a reír con más fuerza que antes. Los niños que estaban a mi alrededor no entendían lo que estaba pasando.

No estamos haciendo trampa, saca el siguiente número, le dije. Marcos procedió a extraer el siguiente número y, de repente su esposa indicó que tenía el boleto premiado; en esta ocasión pocas personas rieron y, yo, quedé pensando, era prácticamente imposible lo que estaba sucediendo.

En ese momento, Henry, me susurró al oído: rabino, mire a Alex Gomel, un niño pequeño y está ansioso por ganar un premio, ¿puede hacerlo ganar? Lo único que tiene que hacer es leer su número, nadie se va a oponer.

Dirigí la mirada hacia los niños y me di cuenta que Alex, estaba ansioso por ganar. Me volteé hacia Henry y cubrí el micrófono con la mano y, le dije al oído; nosotros empezamos esta rifa sin hacer trampa, y así la vamos a terminar.

Uno de los jóvenes, Marcelo Gomel, hermano mayor de Alex, pasó por mi lado y le pedí que sacara el último número. Marcelo metió su mano en la caja. El número ganador es… hubo un gran silencio en la Sucá, y de repente se escucharon gritos de emoción. ¡Gané, Gané!, anunció Alex Gomel.

Todos estaban callados, mi alma empezó a temblar, a los pocos segundos, Benjamín Baran, entró a la sinagoga, usualmente conversaba con él sobre temas intelectuales. Él era uno de los más destacados analistas en computación; se me acercó y me preguntó, rabino… ¿Cuántos boletos había en la caja?

Yo, estaba empezando a reconocer el increíble milagro que habíamos presenciado, se vendieron todos los boletos, cien, le respondí.

Benjamín alzó su cabeza y comenzó a calcular, luego, bajó la mirada y dijo: ¡No puede ser… es imposible! Rabino… hay una probabilidad en casi cien millones, de que esto pase, simplemente es imposible.

Después de escucharlo, entendí el increíble milagro de aquella noche. De pronto comprendí que no estaba solo en Paraguay; en ese momento pude sentir el abrazo cálido de D-os, y Su mensaje: ¡Vamos… disfruta tu misión… estoy contigo, no estás solo en esto!

Para Reflexionar

A veces uno se encuentra realizando una misión supremamente difícil y siente, que, el esfuerzo y la dedicación que se requiere son más fuertes de lo que uno puede resistir. Esta anécdota nos recuerda que nunca estamos solos, D-os nos acompaña cada instante y nos concede la fuerza y la energía para cumplir exitosamente con nuestra misión.

El rabino Mendel Lipinski trabaja junto a su padre en el Beit Jabad de Palermo Soho. Realiza actividades para los jóvenes de la escuela Martin Buber, además de ocuparse de una amplia gama de servicios comunitarios con el propósito de enriquecer y fortalecer la identidad judía.