Hace más de 100 años, en honor al siete de Adar, el día en que Di-s enterró a Moisés, los miembros de algunas Jevrá Kadishá (Sociedades de Entierro) celebraban anualmente un día de ayuno seguido por un banquete, para el que las mujeres de la Ciudad Vieja de Jerusalem se reunían para cocinar y hornear.

En cierta ocasión ocurrió que, de repente, una fuerte ráfaga de viento abrió una ventana y volcó una jarra de leche que estaba allí. Esta se derramó en una olla grande de carne que se estaba cocinando sobre el fuego.

Ahora bien, las mujeres piadosas y eruditas de Jerusalem conocían la regla: A menos que el guiso fuera 60 veces más grande que el volumen de leche, toda la mezcla era treif, no kasher.

Como resultado de esto, razonaron, la celebración iba a tener que ser cancelada o pospuesta. Después de todo, ¿se podría celebrar un banquete sin el plato principal?

Una de las mujeres insistió que le plantearan la pregunta al rabino en jefe de la ciudad, Rabí Shmuel Salant (1816-1909), por si él pudiera encontrar algo que lo permitiera.

Para su sorpresa, el rabino pidió que volvieran en una hora para permitirle considerar la pregunta. Se sorprendieron aún más cuando, después de la hora, respondió que el guiso era sin dudas kasher, pero no podía decirles el motivo.

Para demostrar que respaldaba su decisión, él mismo asistió a la reunión y participó de la comida.

Viendo que el rabino estaba comiendo el guiso, los demás asistentes también comieron, y la noche se convirtió en un evento estimulante y disfrutable para todos.

Muchos años después, finalmente, se reveló la razón por la demora del rabino y su sorprendente respuesta.

En su lecho de muerte, el venerable lechero de Jerusalem llamó a la Jevrá Kadishá para organizar su entierro. Cuando llegaron, compartió con ellos lo que pasó ese día: “El rabino vino a visitarme y me preguntó si diluí la leche con agua, quizás porque había escasez o para aumentar mis ganancias. Le admití al rabino que lo hice en alguna ocasión, incluida esa misma mañana. El rabino me aseguró que mantendría mi secreto para que no se dañe mi reputación, con la condición de que me abstuviera de volver a hacerlo en el futuro.”

Sabiendo que la leche en la jarra contenía una buena cantidad de agua, el rabino calculó las proporciones y concluyó que el guiso era 60 veces más grande que el volumen de leche que se había derramado en él, haciendo que la mezcla fuera kasher.

Ahora entendieron la respuesta del rabino y porque no les había explicado su motivo en ese momento.

Para pensar:

¿Pensamos siempre en todas las posibilidades antes de emitir un juicio? ¿Estamos dispuestos a preservar la dignidad de otra persona aun cuando nuestra reputación está en juego?