La perspectiva lo es todo. La forma en que miramos, desde dónde lo hacemos y cómo interpretamos lo que vemos, condiciona totalmente nuestras impresiones.

En la parashá de esta semana, aparece dos veces la palabra uritem (“y verán”). La primera es al principio, cuando Moshé envía espías a observar la Tierra Prometida; la segunda, al final, en la mitzvá de los tzitzit (flecos). Moshé les dice a los espías: “Y miren la tierra, ¿cómo es?, ¿y el pueblo que vive allí, es fuerte o débil?… ¿y cómo es la tierra en la que habitan, buena o mala? ¿y las ciudades, son abiertas o fortificadas?” (Bamidbar 13:18-19). Más adelante, la Torá nos ordena colocar flecos en las puntas de nuestras prendas, diciendo: “Y al mirarlos, recordarán todos los mandamientos de Hashem y los cumplirán” (Bamidbar 15:39).

La misma palabra, uritem, pero ¡qué diferencia de impacto! Con los espías, el ver terminó en tragedia: un informe negativo, miedo, llanto… y el decreto divino que transformó ese día en una fecha amarga para todas las generaciones: Tishá beAv. Ese día nació como jornada de duelo nacional. Por otro lado, cuando miramos los tzitzit, la mirada nos conecta con algo más alto: nos ayuda a recordar y a vivir según los preceptos divinos.

Todo depende de cómo y hacia dónde miramos. Los espías vieron con una mirada terrenal, basada en lo material. Pero los tzitzit nos invitan a mirar con ojos del alma, con una perspectiva espiritual.

¿Alguna vez viste un ejército de hormigas en acción? Fascina ver cómo avanzan en línea, una detrás de otra, totalmente enfocadas. Pero, claro, las hormigas tienen una visión limitada, casi en una sola dirección. Siguen lo que tienen enfrente sin distracciones, pero también sin una vista más amplia.

Recuerdo un farbrenguen (encuentro jasídico) en la ieshivá de Montreal, cuando yo era estudiante. El rabino Velvel Greenglass, nuestro mashpia (guía espiritual), estaba inspirado hablando sobre la diferencia entre humanos y animales. Un animal, como la vaca, fue creado en posición horizontal. Su mirada está naturalmente dirigida hacia abajo. Pasa el día enfocada en el pasto, su alimento. Eso es todo lo que conoce. ¿Alguna vez viste una vaca contemplando el cielo, reflexionando sobre el sentido de la vida? Pero el ser humano fue creado erguido. Tenemos la capacidad de mirar hacia arriba, de pensar en lo que está más allá.

Para tener visión, necesitamos levantar la cabeza. La vida tiene un propósito más elevado. Hay un significado más profundo detrás de lo que ven los ojos. Toda la Cábala y el misticismo judío parten de la idea de que hay más que lo físico: hay un alma, hay un plan, y cada experiencia —aunque no lo entendamos en el momento— tiene sentido.

Si sólo miramos lo material, el mundo puede parecer caótico y vacío. Pero cuando elevamos la mirada, cuando levantamos la cabeza, descubrimos otra dimensión. Con nuestra mente y nuestra alma, podemos distinguir lo esencial de lo superficial, lo trascendente de lo pasajero. Nuestros sabios enseñan que al mirar los tzitzit no sólo recordamos los mandamientos, sino que en esa mirada —uritem oto, “y lo verán”— se puede vislumbrar algo del mismísimo Creador.

Al final, creo que lo que uno mira siempre determina lo que encuentra.