En el primer día el mundo fue creado como un núcleo de materia sólida sumergido totalmente en agua. La luz fue creada luego en el primer día, y la atmósfera en el segundo día. En el tercer día, los continentes se elevaron por encima del nivel del mar. Los cuerpos celestiales fueron fijados en el espacio exterior en el cuarto día, las aves y los animales marinos surgieron el quinto día, los animales terrestres y los primeros humanos poblaron los continentes en el sexto día. En el séptimo día, Di-s “descansó” de crear. A diferencia de la forma en que El creó a las otras criaturas, Di-s creó al primer ser humano en dos etapas: primero hizo un cuerpo sin vida, dentro del cual luego “insufló” el alma humana.
El Alma Divina
וַיִּיצֶר ה' אֱלֹקִים אֶת הָאָדָם עָפָר מִן הָאֲדָמָה וַיִּפַּח בְּאַפָּיו נִשְׁמַת חַיִּים (בראשית ב:ז)
Di-s formó al humano del polvo de la tierra e insufló en sus narices un alma de vida.Génesis 2:7

Al “insuflar” el alma en el cuerpo, Di-s indicó que nuestra alma se origina en un lugar más profundo “dentro” de El que el resto de la creación. Esto recalca el hecho que somos el propósito primario de la Creación, mientras que todo lo demás es secundario.

Nuestra alma Divina es una chispa de Di-s. Por lo tanto, el alma no puede perder nunca su conexión intrínseca con Di-s. Nuestro desafío es asegurar que esta conexión esté siempre de manifiesto dentro de nuestro ser físico. Así como cuando alguien sopla, el aire puede alcanzar su destino solo si no hay obstrucciones físicas, así también, cuanto más libramos nuestras vidas de “residuo” espiritual, pensamientos, palabras o acciones dañinas o negativas, tanto más nuestras almas Divinas pueden brillar libremente.1