En la época de Lémej, la sociedad se había degenerado moralmente hasta el punto de que los hombres estaban objetificando la belleza femenina y despersonalizando a las mujeres. Se volvió costumbre que los hombres se casen con una mujer por su belleza y con una segunda mujer para la procreación. A la primera esposa se le daba un anticonceptivo para que el embarazo y el parto no arruinaran su apariencia. El esposo pasaba su tiempo principalmente con ella, ignorando a su segunda esposa.
De más está decir que esta objetificación de la mujer está en contra de la intención de Di-s. Di-s creó el mundo de forma que todas la relaciones consisten de alguien o algo actuando como un dador y alguien o algo actuando como el receptor. Ambos tienen que tomar al otro en consideración. Esto es posible solo porque no hay una separación absoluta entre los aspectos de “dador” (masculino) y “receptor” (femenino) de la relación: los hombres tienen sus aspectos femeninos y las mujeres sus aspectos masculinos. Así pues, cada uno de nosotros puede y debe apreciar cómo nuestro cónyuge nos complementa, dándonos cuenta que tenemos que combinar nuestras fortalezas particulares para cumplir el propósito de Di-s.1
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