“Yo nunca podría haberme hecho cargo de semejante responsabilidad,” contó el Rabino J.J. Hecht. “Tan pronto como recibí la información, notifiqué al Rebe.”
¿Qué quería decir Rabbi Hecht? Unos pocos días antes de Pesaj de 1987, su hijo Rabbi Shalom Ber Hecht de Forest Hills, Nueva York, le consultó acerca de un mensaje que uno de sus congregantes había recibido de su sobrino.
El sobrino y trescientos otros Judíos habían huido de Irán y estaban permaneciendo temporariamente en Karachi, Pakistán, donde no había comunidad Judía. Atrapados entre Irán y Afganistán y envueltos en sus propias disputas religiosas con India, los paquistaníes no mostraban tolerancia con otras creencias. El hombre había pedido a su tío que le enviara a los refugiados provisiones para Pesaj o al menos matzot para la noche del Seder.
Rabbi Hecht tenía profundas conexiones con la comunidad iraní. Miles de jóvenes iraníes habían dejado el país con visa de estudiantes bajo su consejo y dirección poco después de la Revolución Khomeini. El había hecho muchos compromisos en tiempo, dinero y alma. Pero en este caso, algo más estaba involucrado; cualquier persona esparciendo la práctica del judaismo en Pakistán estaría arriesgando su vida.
El Rebe dio instrucciones al Rabbi Hecht para que encontrara a alguien que estuviera familiarizado con las costumbres iraníes y que estuviera de acuerdo en viajar a Pakistán. El Rebe agregó que él patrocinaría el viaje, la compra de toda la matzá necesaria, y ofrecería una bendición al sheliaj.
Lo último en particular era lo más importante, para Rabbi Hecht, aún más que la ayuda financiera. Significaba que el sheliaj estaría a salvo.
Pronto el Rabbi Hecht encontró un estudiante de yeshivá, Zalman Gerber, quien estaba dispuesto a hacerse cargo del viaje. El Senador Al D'amato de Nueva York, le ayudó a poner el asunto a inmediata atención de oficiales de alto rango en el Consulado Pakistaní. Sin embargo, esos oficiales se negaron a emitir la visa clarificando que sólo aquellos con claras razones comerciales para viajar a Paquistán podrían obtener una visa.
Este requerimiento no disuadió a Rabbi Hecht. Sus asociados en la comunidad persa lo ayudaron a encontrar un comerciante de alfombras, quien proporcionó una carta explicando que el Sr. Gerber estaba viajando a Karachi por dos semanas a fin de comprar alfombras orientales. La carta funcionó, y los paquistaníes expidieron el visado, poniendo de resalto que ellos no podían tomar ninguna responsabilidad referente a la seguridad del viajero.
Al llegar a Karachi, Zalman tropezó con una serie de riesgos y medios providenciales para superarlos. Los paquetes de matzah que trajo fueron cuidadosamente revisados por el oficial de aduanas, quien no pudo entender que estaba haciendo un comerciante de alfombras con tantas galletitas raras.
Al registrarse en el hotel donde había hecho su reserva, descubrió para su espanto que su habitación estaba en el octavo piso. Temeroso de que el personal del hotel pudiera sospechar después de verlo subir y bajar a pie los ocho tramos de escalera durante la fiesta, él pidió que se le dé una habitación en un piso más bajo. Afortunadamente, este pedido le fue concedido y se mudó a un cuarto desocupado del segundo piso.
A fin de evitar los ojos vigilantes de los extremistas islámicos, mientras contactaban con los refugiados, los Judíos se habían refugiado en un vecindario deteriorado en las afueras de la ciudad. Después de que fueran localizados, no fue sencilla la hazaña de transportar las cajas de matzah sin atraer más atención. Sin embargo, justo antes de la conmemoración del éxodo de nuestro pueblo de Egipto, Zalman pudo traer las provisiones de Pesaj a esta comunidad en el medio de su propio viaje a la libertad.
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