Yo asistía al jeder (escuela judía tradicional), en un pequeño pueblito de la Rusia Blanca llamado Khaslavichy. Mi padre era el rabino del lugar. Mi maestro era un jasid de Jabad.

El episodio al que me refiero sucedió durante un horrible invierno. Puedo aún recordar las pesadas nubes en el cielo. Esa semana se leía la parshá de Vaigash. Acababa la festividad de Janucá. Ese día en particular todos los niños estaban melancólicos, perezosos y tristes. Recitábamos los versículos monótonamente, en hebreo y en idish. Leímos mecánicamente: “Y Iehudá se acercó a él (Iosef)… Mi señor preguntó ‘¿tienen un padre…?’

En ese momento, sucedió algo extraño. Nuestro melamed (maestro), que hasta entonces estaba medio dormido, se levantó enigmático, con un brillo en su mirada y detuvo con un movimiento al niño en su lectura. Me miró y dijo: “¿qué tipo de pregunta formuló Iosef a sus hermanos? ¿Tienen un padre? ¡Por supuesto que lo tenían, todos poseen un padre! Sólo Adám, el primer hombre, no lo tenía. Pero cada persona que nace en este mundo tiene un padre. ¿Qué clase de pregunta es esta?”

Intenté contestar. “Iosef trataba de saber si su padre estaba aún con vida”

El melamed me respondió como un trueno: “Hubiese preguntado: ¿Vuestro padre aún vive?” Todas las respuestas que le dábamos no servían. Ya no hablaba a sus alumnos. Se dirigía a un visitante invisible que había entrado a la habitación.

“Iosef no quiso preguntar a sus hermanos acerca de su padre biológico. Iosef estaba deseoso de saber si ellos aún se sentían comprometidos con sus raíces, sus orígenes. ¿Miran ustedes a su padre como el tronco, las ramas, y las flores miran a la raíz? ¿Ven ustedes en vuestro padre la base de vuestra existencia? ¿O sólo son un grupo de pastores que ha olvidado sus orígenes, y deambula de pastura en pastura?

De pronto, dejó de hablar al vacío y nos miró: “¿son ustedes humildes y modestos? ¿Aceptan que vuestro padre les enseñe algo nuevo, desafiante? ¿O son insolentes, arrogantes y negáis cualquier dependencia de vuestro padre, de vuestra raíz?”

‘¿Tienen ustedes un padre?’- exclamó otra vez, señalando a uno de mis compañeros, que era considerado el prodigio del pueblo. El melamed lo miró fijo y le preguntó: “¿Quién sabe más? ¿Tú porque eres versado en Talmud, o tu padre, Iaakov el herrero, a pesar de que apenas puede leer en Hebreo? ¿Estás orgulloso de tu padre? Si un judío admite la supremacía de su padre, entonces, ipso facto, admite la supremacía del Padre Universal, el Creador del mundo”

Esta experiencia que viví con mi melamed fue inolvidable”

Relatado por Rabi Joseph Soloveichik, en una conferencia en el Lincoln Square Synagogue, New York, mayo de 1975.

(Adaptado por la Redacción)