Un día, le revelaron al Baal Shem Tov que tendría el mérito de que un alma muy elevada fuera su compañero en el mundo venidero, la persona en cuestión vivía en un pueblito alejado a muchos kilómetros de distancia de su hogar.
Este hombre resultó ser un hombre simple e ignorante, hasta era analfabeto. Algunos de los aldeanos lo consideraban un bruto y un glotón.
Rabí Israel alquiló una habitación en la casa del hombre y observó con cuidado su comportamiento por varios días. De hecho, este hombre era muy ordinario y tenía las costumbres de un campesino, no estudiaba Torá ni recitaba las oraciones. Lo único que era fuera de lo común era su forma de comer insaciable. Podía comer en un almuerzo lo que una persona normal come en una semana, en consecuencia, era una persona muy obesa.
Finalmente, el Baal Shem Tov le preguntó directamente. “Tengo buenos indicios que eres muy querido en los planos celestiales. ¿Quizás tu sabes a que se debe esto?”
El hombre estaba bastante sorprendido. “Lo único extraordinario que yo tengo es la cantidad de comida que ingiero, nadie come más que yo”
“¿Y por qué comes tanto? – Le preguntó el Baal Shem Tov.
“Por mi padre” contestó el hombre.
¿Tu padre?
“Durante un progrom hace muchos años fue arrastrado de su cama y le dieron la oportunidad de elegir entre el bautismo o la muerte. Cuando se negó a besar la cruz, lo ataron a una estaca en su establo y prendieron fuego todo. Mi padre era muy flaco y pequeño, en pocos minutos fue consumido completamente por el fuego, apenas había lo que quemar. En ese momento, tomé la resolución que a mi eso no me iba a pasar, si alguna vez iba a ser quemado para consagrar el nombre de Di-s, yo iba arder por un buen rato.
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