Los estudiantes del rabí Dov Ber, el gran Maguid de Mezerij, apreciaban la oportunidad de servir a su maestro. Entonces desarrollaron un sistema de rotación en el que se turnaban para asistirlo.

Esto sucedió durante el turno de Meilej, quien un día ganaría renombre como el rabí Elimelej de Lizhensk:

“Meilej”, dijo el Maguid desde su habitación. “¿Escuchas lo que dicen ahora mismo en el cielo? La mitzvá de amar a los demás judíos significa que uno debe amar tanto a un completo pecador tanto como a un tzadik (persona honrada) inmaculado”.

“Un tzadik puede despertar habilidades latentes que están escondidas en lo profundo del alma del otro, lo que permite incluso a un pecador retornar a Di-s”, continuó el Maguid. “La Jevraia Kadishá (“Sagrada hermandad”, un término usado para la élite de discípulos del Maguid) tiene la habilidad de despertar a un completo pecador para que retorne a Di-s”.

La mañana siguiente, el rabí Elimelej compartió la maravillosa enseñanza con sus compañeros, quienes entendieron que tenían un trabajo por hacer. De inmediato comenzaron a buscar comprender las palabras del Maguid y cada uno propuso su interpretación. Durante la conversación, compartieron historias y enseñanzas de los sabios sobre la teshuvá (el arrepentimiento).

De repente se abrió la puerta y entró un extraño. Permaneció de pie durante unos minutos y escuchó la conversación hasta que gritó: “¿Qué hacen sentados en una sinagoga hablando sobre el estudio de la Torá y sobre el arrepentimiento? ¿Qué es la Torá? ¿Qué es la teshuvá?”.

Los regañó aún más y se rió de sus sinceras discusiones.

Los hombres se levantaron para rezar con gran fervor y entre sollozos. Recitaron los Salmos juntos y dejaron que las palabras inspiradoras del rey David expresarán su deseo de ayudar a otros a acercarse a Di-s.

Sin moverse, el hombre siguió con la burla y los llamó batlanim (holgazanes). Sin inmutarse, ellos siguieron sin mostrar otra cosa que amabilidad, y le dijeron que cada alma judía es preciosa a los ojos de Di-s.

Lentas pero precisas, sus palabras tuvieron el efecto deseado, y el hombre dio un giro en su vida, convirtiéndose en un judío piadoso y respetuoso de Di-s.

Esta historia, que fue contada por el sexto rebe de Lubavitch, el rabí Iosef Itzjak Schneersohn, bendita su memoria, fue preservada por el rabí Zusha de Anipoli, quien la oyó de su hermano, el rabí Elimelej, y se la relató al primer rebe de Lubavitch, el rabí Schneur Zalman de Liadi. (Sefer Hasichot 5700, edición hebrea, págs. 119-120).