¿Cómo era estar en los campos de trabajo (soviéticos)?

Esos fueron días de luz.

¿Lo dice como un eufemismo?

No, lo digo con sinceridad. Fueron los días más inspiradores de mi vida.

¿Cómo es eso?

A lo largo de mi vida, siempre sentí que se libraba una batalla entre lo material y lo espiritual. En los campos no existía esa batalla. Toda mi vida pasaba por lo espiritual. Todo lo que tenía que hacer era estudiar la Torá y daven (rezar).

No entiendo, ¿no tenían que trabajar?

¡Por supuesto que teníamos que trabajar! En uno de los campos, mi trabajo era cuidar de un rebaño de cerdos. Empezaba a las 4 de la mañana y no terminaba hasta las 6 de la tarde. En invierno hacía tanto frío que una vez se me congelaron las correas de los tefilín. Cuando empecé a desenrollarlas, se quebraron.

Era un trabajo duro y demoledor, pero sólo en el aspecto físico. Mi alma era libre. No había nada que me reprimiera. Toda mi energía estaba concentrada en rezar y estudiar.

(Asumí que Reb Mendel sabía los rezos de memoria, ¿pero cómo hacía con el estudio de la Torá? Reb Mendel no era famoso por ser el tipo de sabio que memorizaba volúmenes enteros del Talmud; entonces le pregunté:)

¿Tenía libros usted?

¡¿Libros?! ¿Los rusos me iban a permitir tener textos judíos de los que estudiar?

Y entonces, ¿cómo estudiaba?

¿Cómo estudiaba? Me imaginaba el jéder al que iba cuando era chico. Solía sentarme en la tercera fila. Recordaba el banco en el que me sentaba, los libros que estaban encima. A mi derecha estaba mi amigo Berl, y a mi izquierda mi amigo Zalman. Iosel se sentaba delante de mí. Recordaba sus caras, los juegos que jugábamos, los secretos que nos contábamos. Y recordaba al melamed (maestro): alto, con la mirada severa, pero con una sonrisa cálida y amable. En mi cabeza, lo imaginaba a él y al aula. La escena era tan vívida que podía escuchar al melamed hablar: “Shnaim ojazin betalit… si dos personas se aferran a una prenda y ambas dicen que es suya por completo…”, escuchaba y me concentraba para grabar sus palabras en mi mente. Al poco tiempo, me había enseñado una página del Talmud

Luego me quitaba la imagen del jéder y comenzaba a repasar la página que acababa de aprender. Después de un tiempo, la había memorizado. Luego volvía al jéder para aprender otra página del Talmud. De esta manera, aprendí muchos capítulos del Talmud y buena parte del Tania.