Rabí Iojanán ben Zakai, un gran sabio y líder talmúdico, envió cierta vez a sus estudiantes a insertarse en la sociedad con el fin de conocer el mejor consejo para vivir una vida justa y plena. Cuando su estudiante R. Eliezer ben Horkenus regresó de sus viajes, informó: “He buscado, y he encontrado que el mejor consejo es desarrollar un ain tov, un buen ojo”.1
Cuando tu ojo, tu lente en la vida, es bueno, lo que ves será bueno, pase lo que pase.
Por supuesto, lo contrario también es cierto. Por lo tanto, es de suma importancia trabajar en el desarrollo de la capacidad de ver a Di-s y lo piadoso en todo. Esta es la esencia de un buen ojo. Cuando uno ve el mundo de tal manera, tenderá a encontrar interpretaciones positivas de los acontecimientos y las experiencias, así como a juzgar a los demás bajo la luz más favorable. Todo ser humano posee esta capacidad de visión redentora, pero lograrla y mantenerla requiere un esfuerzo.
Entre tú y el ojo
Un área en particular que se beneficia de un ain tov es la de las relaciones interpersonales, tanto en el trabajo como en la familia o la comunidad. Las relaciones interpersonales son complicadas y desordenadas, ya que cada uno de nosotros tiene puntos de vista, definiciones, asociaciones, narraciones, elecciones de palabras, inseguridades y proyecciones muy diferentes, lo que crea oportunidades casi constantes de malentendidos y juicios.
Cuando hablamos con los demás, a menudo incorporamos inconscientemente la energía de nuestros encuentros anteriores, y a veces arrastramos los residuos de la angustia y los resentimientos del pasado. En cualquier conversación o encuentro existe la posibilidad de malinterpretar el significado y la intención, dando lugar a un escepticismo innecesario y, en definitiva, a la sospecha hacia los demás. Una persona puede caer fácilmente en un modo por defecto en el que asume inmediatamente lo peor de la gente.

Imaginemos lo positivos y amables que podrían ser nuestros encuentros diarios si adoptáramos una buena mirada y nos condicionáramos a ver a los demás con más generosidad. Imagina un mundo en el que la base de la interacción humana sea el beneficio de la duda. Un mundo así atraería y activaría la bondad inherente a nuestra naturaleza en un círculo interminable de fortalecimiento mutuo.
Es importante recordar que siempre hay más de una forma de ver a una persona. Un estudio exploró este fenómeno utilizando una célebre ilusión óptica, “Mi mujer y mi Suegra”(imagen de la izquierda), que retrata a una mujer joven o a una anciana, según se mire. Los investigadores descubrieron que la posición social y las expectativas de los sujetos predecían qué imagen veían primero, la mujer joven o la anciana. En otras palabras, la forma de ver de cada individuo influyó directamente a quien veían. Esto demuestra que lo que somos colorea nuestras expectativas sobre los demás, lo que a su vez contribuye a esbozar su carácter a nuestros ojos. A menudo esta imagen del otro tiene más que ver con nosotros que con ellos. Como enseñó el Baal Shem. Tov, el fundador del movimiento jasídico: Ves lo que está dentro de ti. Por lo tanto, cuanto más te condicionas a buscar lo bondadoso en los demás, más bondad verás en los demás.
La buena noticia es que puedes recablear tus vías neurológicas y cambiar tus patrones de percepción para centrarte conscientemente en lo positivo de los demás.
Con la práctica, puedes reconfigurar la forma fundamental en que abordas e interpretas tus interacciones con los demás, lo que te llevará a desarrollar un Sesgo de Positividad interpersonal. Esto te permitirá estar más predispuesto para recibir a los demás con mayor comprensión, empatía y confianza.
En este capítulo exploraremos varias demostraciones del buen ojo del Rebe, y los efectos transformadores de esta aplicación particular de su Sesgo de Positividad en las personas que encontró.
Un precioso Kidush
El Pueblo Judío ha luchado poderosamente a lo largo de la historia para mantener su identidad, tradición y existencia física frente a la ocupación y el exilio. Sin embargo, de entre todos los acontecimientos trágicos de esta historia, la saga de la Rusia soviética podría considerarse como uno de los intentos más contundentes y exitosos de acabar con el espíritu judío. En otros episodios anteriores de opresión, la persecución por parte de nuestros enemigos sirvió en realidad para suscitar nuestra resistencia espiritual, lo que hizo que nos adhiriéramos aún más a la tradición. En la Rusia soviética, sin embargo, parecía ser una caída continua sin rebote. Por lo tanto, era natural que muchos de los que miraban desde afuera vieran a los judíos soviéticos como una causa perdida: una generación entera de judíos que estaban casi completamente desconectados de su judaísmo e identidad, y por lo tanto no valía la pena esforzarse por contactarlos y reconectarse con ellos.
El Rebe veía las cosas de diferente manera, rechazando con vehemencia un análisis tan sombrío y cínico. Con su buen ojo característico, el Rebe señalaba una y otra vez que, en efecto, había muchos luchadores, judíos que se aferraban tenazmente a su tradición, creando academias de Torá y servicios de oración clandestinos, y celebrando bodas y circuncisiones judías, todo ello en secreto y a riesgo de sus vidas. Incluso cuando la población judía en general parecía haber renunciado a su judaísmo, el Rebe vio rayos ocultos de autosacrificio que penetraban la Cortina de Hierro. En lugar de centrarse en la profanación y destrucción generalizada, el Rebe eligió destacar el heroísmo y la santidad de los judíos soviéticos.
En una conversación2 con otro Rebe jasídico que lamentaba el estado de los judíos soviéticos, el Rebe llegó a comparar a los judíos soviéticos del siglo XX con el Pueblo Judío esclavizado en Egipto, que nunca cambió sus nombres hebreos ni su apariencia judía a pesar de los inimaginables prejuicios y opresión.
Para profundizar en su argumento, el Rebe citó la historia de Janania, Mishael y Azaria, tres jóvenes judíos capturados por el cruel e idólatra rey de Babilonia, Nabucodonosor, en el año 441 A.E.C. Durante su larga reclusión, fueron llevados al palacio y educados en costumbres ajenas. Sin embargo, a pesar de todo, nunca dejaron de lado sus prácticas judías y su heroica lealtad a Di-s. El Rebe citó entonces el Talmud, que dice que si Janania, Mishael y Azaria hubieran sido torturados no habrían resistido la prueba. “Pero”, añadió con seriedad, “¡los judíos rusos han estado cautivos y han sido torturados durante más de sesenta años y aún así han mantenido su integridad espiritual y su alma!”.
El Rebe continuó con gran emoción describiendo las numerosas cartas y fotografías que había recibido describiendo bodas judías secretas y ieshivot subterráneas, que le habían llegado de contrabando desde detrás de la Cortina de Hierro. Mencionó una carta en particular de un hombre que había conseguido, contra todo pronóstico, un trabajo que le permitía evitar las actividades prohibidas en Shabat, aunque para los observadores parecía estar haciendo su trabajo. Sin embargo, le preocupaba si su estatus halájico le permitía recitar el Kidush sobre el vino o si más bien debía recitarlo sobre el pan, aunque no es la forma ideal de recitar el Kidush.
La voz del Rebe tembló al recordar la sinceridad de este héroe judío anónimo: “¡Está dispuesto a arriesgar su vida para cumplir con el Shabat, y arriesga aún más su vida sólo para enviarme una carta! Y en ella, lo único que le preocupa es si puede recitar el Kidush de la forma más estricta posible”.
Mientras que otros optaron por centrarse en la devastación que el comunismo provocó en el espíritu judío, el Rebe, con su ain tov, destacó la extraordinaria respuesta de autosacrificio que el régimen soviético suscitó en los judíos soviéticos.3
No es que la devastación no se produjera, sino que en el mismo momento también hubo puntos aislados, pero inspiradores, de la bondad suprema. Siguiendo el aforismo de que “Un poco de luz disipa mucha oscuridad”,4 el Rebe se esforzó por reconocer y amplificar esas chispas divinas en en medio de la decadencia para fortalecer la determinación de la gente y la respuesta a la difícil situación de los judíos en la Unión Soviética.
El futuro de los judíos estadounidenses
Ver a otros individuos y al mundo a través de la lente del buen ojo nos dota de un cierto grado de optimismo. Desde esta perspectiva, cada vaso está medio lleno, no medio vacío. Una persona no se define por sus carencias y debilidades, sino por sus puntos fuertes y potenciales. Incluso una generación o un periodo histórico se juzga por sus méritos y no por sus carencias.
Cierta vez, al dar un discurso, el novelista Herman Wouk, ganador del Premio Pulitzer, se refirió al Rebe como “el judío más optimista de nuestro tiempo”.
Para apoyar esta afirmación, relató cómo, durante una visita al Rebe en la década de 1950, había comentado el triste estado de la judería estadounidense, lamentando la falta de observancia tradicional y las altas tasas de asimilación.
El Rebe, con su estilo característico, respondió: “Mientras que muchos líderes judíos son pesimistas sobre el presente y el futuro del judaísmo estadounidense debido a sus dificultades con la observancia, yo soy optimista y tengo esperanzas. Dada la difícil situación de la educación judía en Estados Unidos, es sorprendente que sigan observando lo que observan. Es una comunidad muy virtuosa”.
“Aunque no se les puede decir que hagan nada”, concluyó el Rebe, “¡se les puede enseñar a hacer todo!”.5
En lugar de centrarse en las carencias o en los vicios percibidos de la comunidad judía estadounidense, el Rebe optó por centrarse en sus ventajas y virtudes, viendo promesa y potencial donde otros sólo veían desviación y desesperación. A los ojos del Rebe, con un Sesgo de Positividad, incluso un rasgo clásicamente americano como la independencia radical, que en muchos sentidos puede parecer contraria a la defensa de las tradiciones del pasado, se ve bajo una luz redentora.
Lo anterior es un ejemplo perfecto de cómo se ve el mundo cuando se lo ve con buenos ojos. Pero, ¿qué ocurre cuando uno se encuentra con algo o alguien que es intencionadamente hiriente?
La fortaleza para diferir
Mientras que nos resulta factible ver lo bueno en alguien neutral, ¿cómo podemos refundir y redimir a alguien que ha dejado clara su pretensión negativa o su intolerancia? En las siguientes historias, el Rebe mira más allá de las apariencias externas o de las expresiones de negatividad para conectar con la integridad espiritual y el potencial que se esconde en su interior.
Durante casi dos décadas, Levi Itzjak Freidin y sus cámaras fueron visitantes frecuentes de la sede de Jabad y de la sinagoga en 770 de Eastern Parkway en Brooklyn, preservando muchos momentos solemnes, espirituales y de euforia. En 1976 realizó una exposición titulada “770” en el centro de periodistas de Tel Aviv, Beit Sokolov, y después en la Universidad Bar Ilan. Estas exposiciones permitieron a una amplia gama de judíos no adeptos ver por primera vez al Rebe y el espíritu, la reverencia y la alegría de la vida espiritual judía.
La exposición fue muy bien recibida. Sin embargo, un periodista hizo un comentario muy duro en el libro de visitas: “Con el debido respeto a la magnífica fotografía, el tema que ha elegido es extremadamente clerical y nos devuelve a la oscuridad primitiva de la Edad Media”.
Freidin relató más tarde: “Durante mi siguiente visita a los Estados Unidos, le presenté al Rebe el libro de visitas. Al hojearlo rápidamente, se dio cuenta de ese comentario negativo. 'Por favor, felicite al periodista por su fortaleza de carácter', dijo el Rebe. 'Se necesita fortaleza para diferir de todas las demás respuestas'”.
El Rebe concluyó entonces con otro giro positivo: “Pero dígale también que no todo en la Edad Media era oscuro”.6
Problema o prodigio
En 1960, Yale Butler, hijo de una de las principales familias ortodoxas de Pittsburgh, había entablado una relación personal con R. Yossi Shpielman, un rabino de Lubavitch local. El joven Yale era individualista, y además creativo. En séptimo grado, se convirtió en editor del periódico escolar. Quería que su primera edición llamara la atención de toda la comunidad de Pittsburgh, así que pensó en una parodia.
Una de las figuras más activas de la comunidad judía de Pittsburgh era un individuo perteneciente a Lubavitch que solía llevar sombrero y chaqueta militar. Esto y su barba sin recortar a muchos les recordaba a Fidel Castro. De hecho, la asociación era tan común que se le apodaba “Castro” en toda la comunidad. La política totalitaria y antiamericana del verdadero Fidel Castro no era muy conocida en aquella época.
Yale decidió ampliar y caricaturizar la asociación visual entre el rabino y el dictador revolucionario. Escribió un relato ficticio sobre una invasión de Cuba en la que las tropas de Castro corrían peligro de ser aniquiladas. Desesperado, Castro llamó a sus hermanos de 770. Se pusieron en contacto con el Rebe y se dio la orden: Los jasidim debían marchar al astillero de Brooklyn, requisar varios submarinos y navegar al rescate de Castro.
La historia de Yale atrajo la atención, pero no la que él deseaba. Muchos leyeron su artículo, pero pocos lo aprobaron. Incluso como broma, estaba simplemente fuera de lugar. Los líderes del establishment ortodoxo tradicional reprendieron al joven de doce años por su falta de sensibilidad y le animaron a pedir disculpas a la comunidad de Lubavitch. El primer número del periódico fue, pues, el último.
El rabino Shpielman, sin embargo, no le reprendió. “Tienes que conocer al Rebe”, le dijo a Yale. Yale no se mostró reacio, y el rabino Shpielman concertó una audiencia privada.
Un domingo por la noche, Yale y el rabino Shpielman entraron en la habitación del Rebe. El Rebe le indicó a Yale que se sentara. Cuando lo hizo, vio que el rabino Shpielman se marchaba. En ese momento, comenzó a sentirse nervioso: un estudiante de séptimo grado sentado a solas con el Rebe. El Rebe se dirigió a Yale con cariño, diciéndole que conocía a su familia y su trabajo en favor de la comunidad judía de Pittsburgh. Yale se sintió conmovido. El Rebe continuó, felicitando a Yale por su talento como escritor.
Hasta ese momento, Yale había estado hipnotizado por los ojos del Rebe, pero entonces notó, para su terror, una copia de su artículo en el escritorio del Rebe. El Rebe, sin embargo, no mencionó el artículo. Habló de la obligación de la persona de ver sus talentos como un fideicomiso, destinado a ser utilizado en beneficio de los demás. En particular, el Rebe enfatizó que un escritor debe usar sus habilidades para promover la unidad judía y el amor por los demás.
Yale empezó a relajarse, y sus sentimientos de miedo se convirtieron en sentimientos de poder. En lugar de reprocharle su historia irrespetuosa, el Rebe había reconocido su potencial, le animó a desarrollarlo y le dio un enfoque positivo y productivo para el futuro.
En 1982, Yale se había convertido en rabino y también en editor de un periódico, B'nai Brith Messenger. En el periódico, utilizaba las charlas del Rebe para la columna semanal de la porción de la Torá. Cierta noche, mientras revisaba la lista de personas que habían comprado suscripciones de por vida, se encontró con el nombre de M.M. Schneerson. Había estado enviando al Rebe un periódico cada semana sin coste alguno. El Rebe, sin embargo, había sentido la necesidad de suscribirse por su cuenta y pagarlo con un cheque personal.
Años después, el Rebe comentó en una conversación que
Yale —ahora rabino Butler— había demostrado una habilidad única como escritor “desde la infancia”.7
En esta historia, como en innumerables otras, el Sesgo de Positividad del Rebe le permitió ver a través de la apariencia del caos y rebeldía juveniles el potencial ilimitado de realización espiritual que esperaba ser identificado y activado.
El mundo, los demás, e incluso nuestro propio ser, se ven de forma diferente dependiendo de la forma en que se perciben.
Tenemos la capacidad de elegir la forma en que nos acercamos e interpretamos al mundo. Este acto de percepción puede influir en lo que percibimos, haciendo aflorar lo virtuoso de nosotros mismos y de los demás, o lo contrario.
Como dice el refrán: “Si cambias la forma de mirar las cosas, las cosas que miras cambian”.
Al igual que la luz en la famosa dualidad onda-partícula de la mecánica cuántica, toda la vida puede verse como un revoltijo de partículas independientes y aisladas, o como una forma de onda unificada, con cada parte conectada a las demás, dependiendo de cómo la veamos.
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