En 1993, el psicólogo Daniel Kahneman, galardonado con el Premio Nobel, realizó un fascinante experimento para explorar la veracidad de la regla de pico y final. Kahneman expuso a dos grupos de personas a agua helada durante distintos periodos de tiempo. El primer grupo fue expuesto a 60 segundos de agua a 14 grados. El segundo grupo fue expuesto a 60 segundos de agua de 14 grados, seguidos de otros 30 segundos de agua de 15 grados. Esos últimos 30 segundos de agua ligeramente más caliente marcaron la diferencia.

Aunque el segundo grupo fue expuesto a agua igualmente fría durante más tiempo, la mayoría de ellos calificó la experiencia como menos dolorosa que el primer grupo de personas, simplemente porque su exposición terminó con una temperatura ligeramente más cálida. Este experimento se cita a menudo como un ejemplo clásico, entre otros muchos estudios posteriores, que apoya la regla de pico y final.

En pocas palabras, es más probable que una persona recuerde un acontecimiento o una experiencia como positiva o negativa en función de su final. Esta idea tiene profundas ramificaciones para entender la conexión entre nuestras experiencias en el momento y nuestros recuerdos futuros de dichas experiencias, que no necesariamente coinciden. Es más, puede que incluso haya formas de influir positivamente en nuestros recuerdos para mejorarlos. De hecho, según la regla de pico y final, una de esas formas es apuntar conscientemente a un final positivo.

Pero, ¿por qué querría alguien prestar tanta atención a la forma en que recuerda las cosas antes de haberlas experimentado? Según la Dra. Susan Krauss Whitbourne “Recordar el pasado de forma positiva tiene muchas ventajas. En mi investigación sobre la personalidad y el envejecimiento, he descubierto que los adultos mayores con mayores niveles de autoestima y bienestar son los que tienden a centrarse en los acontecimientos positivos de su vida. La felicidad a largo plazo suele depender de que te formes una narrativa favorable de tu vida. Los que rumian sus fracasos, decepciones y errores no sólo son menos felices en el momento, sino que también corren el riesgo de sufrir una depresión crónica”.1

No es de extrañar que una sensibilidad similar al “poder del final” se encuentre en todo el pensamiento y la práctica judíos. Bastarán algunos ejemplos, entre muchos otros. Por ejemplo, el Talmud afirma que “un sueño sigue a su interpretación”.2 Sobre la base de esta enseñanza, nuestros Sabios elaboraron un ritual y un guion para recitar ante tres testigos tras la aparición de un mal sueño. La persona describe el sueño y los testigos repiten sin ambages que se trata de un buen sueño. Al extender el arco de un sueño a la conciencia de la vigilia, esta práctica crea una oportunidad para que el soñador elabore un final positivo para un sueño inquietante. En otras palabras, un sueño no termina simplemente cuando el soñador se despierta; el verdadero final de un sueño se alcanza en su interpretación. Así, le damos un giro positivo.

Otro ejemplo se encuentra en el Talmud3 en el contexto de cómo una persona debería terminar idealmente una conversación. El Talmud afirma que debemos tener cuidado de no terminar una interacción mientras se discuten asuntos frívolos o sin sentido; más bien, debemos asegurarnos de terminar las conversaciones sobre temas relacionados con asuntos espirituales o comunitarios.

Curiosamente, como fuente de esta sensibilidad social, el Talmud trae el ejemplo de los primeros profetas, “que concluían sus conversaciones con palabras de alabanza y consuelo”. Nuestras interacciones sociales con los demás a menudo determinan, o al menos marcan, nuestra experiencia o recuerdo de un día determinado. Una sola conversación puede cambiar nuestro estado de ánimo en el momento, así como nuestros sentimientos sobre la vida en general. Prestar atención a la forma en que terminamos y sellamosesos intercambios puede tener un impacto positivo en nuestras vidas y en las de aquellos con los que nos cruzamos.

Un ejemplo más relevante aparece en el comentario de Rashi sobre el último versículo del Libro de las Lamentaciones, una de las meditaciones más profundas sobre el exilio y el sufrimiento existenciales.

El libro en sí, en consonancia con la mayor parte del resto del texto, termina con una nota oscura y lúgubre: Porque si nos has rechazado por completo, [ya] has actuado con extrema dureza contra nosotros.4 En respuesta a este desanimado final, Rashi se refiere a la costumbre de repetir la penúltima línea de las Lamentaciones al concluir el libro: Devuélvenos a ti, Señor, para que seamos restaurados. Renueva nuestros días como antaño.5

Su comentario dice: “Como [el lector] concluye con palabras de reprimenda, tiene que repetir el versículo anterior nuevamente”.

Vemos en el comentario de Rashi una clara expresión de la sensibilidad de nuestros Sabios hacia el poder de los finales. Porque si no hubieran instituido la práctica de repetir y, por lo tanto, volver a enfatizar una línea positiva del versículo anterior, la comunidad quedaría en un estado de perturbación tras una reflexión tan profunda sobre los capítulos más dolorosos de su pasado, la destrucción de los Santos Templos. Para impregnar al Pueblo Judío de un mensaje más positivo y esperanzador para el futuro, nuestros Sabios tomaron la iniciativa de crear un nuevo final centrado en la eventual curación de todas nuestras heridas.

El Rebe recogió estas ideas dispersas en la Torá y en la literatura rabínica y las unió en una visión del mundo cohesionada y en una estrategia de vida basada en el poder de los finales. Esta mayor sensibilidad a la conclusión de las cosas fue uno de los muchos ingredientes clave del Sesgo de Positividad del Rebe. Esto se expresó de numerosas maneras a lo largo de la vida y las enseñanzas del Rebe.

Una forma en particular fue la preferencia del Rebe por terminar las cosas —ya sea libros, conversaciones o farbrenguens— con una nota positiva y edificante. Hay docenas de historias reportadas que atestiguan esta práctica particular del Rebe; he aquí sólo algunas.

En 1973, R. Leibel Schapiro, junto con un equipo de colegas, acababa de terminar la edición final de una Hagadá que contenía el comentario y las ideas del Rebe. Enviaron una copia terminada al Rebe para su aprobación. El Rebe les escribió y les pidió que modificaran un pequeño detalle del libro: no terminaba con una nota positiva. De hecho, las palabras finales estaban en una nota al pie de página que trataba de la mitzva de la circuncisión: “...debido al dolor del niño”. El Rebe pidió a los editores que modificaran el texto para que el libro concluyera con una nota explícitamente positiva.

Los editores respondieron inmediatamente que harían las modificaciones pertinentes para la próxima impresión, pero que era demasiado tarde para cambiar algo de los muchos libros ya impresos. El Rebe respondió que debían comprar sellos de goma, hacerlos grabar con las palabras leshaná habaá biIerushalaim —el próximo año en Jerusalem— y sellar cada libro a mano.6 Vemos en esta historia la profunda conciencia del Rebe sobre el impacto de los finales, así como su compromiso de hacer todo lo que estuviera a su alcance para asegurar que cada final fuera retratado de manera positiva.

En un hecho similar, un visitante de la biblioteca del Rebe, que alberga cientos de miles de libros judíos, se encontró con un libro que documentaba el triste y último capítulo de la historia judía en Varsovia, Polonia. Para su asombro, después de hojear este libro bastante oscuro, notó unas pocas palabras escritas a mano en la última página del libro que detallaban el devastador final de ese segmento de la judería polaca. Las palabras decían: “Umesaimim betov”. “Concluimos con el bien”. La letra era del Rebe. Una vez más, vemos la expresión consistente del Rebe de este principio general de enmarcar todos los finales en lo positivo, hasta el más mínimo detalle.7

También cabe señalar que la sensibilidad del Rebe a los finales positivos no se limitaba sólo a los libros, sino que se extendía también a otras formas de medios de comunicación. Cuando Joseph (Joe) Cayre y sus hermanos crearon su compañía, Good Times Home Video, y comenzaron a producir películas para niños, Joe fue a consultar con el Rebe sobre su nueva empresa.

El Rebe le dijo: “Muchas películas infantiles son violentas, especialmente al final, y asustan a los niños. ¿Por qué no haces la tuya con un final feliz?”.8 El Sr. Cayre siguió el consejo del Rebe y lo puso en práctica con gran efecto, influyendo positivamente en una generación de niños que crecieron con las películas de su empresa.

Significativamente, la práctica del Rebe de concluir con una nota positiva se expresó también en los intercambios interpersonales. Cuando R. Jaim Citron estaba en la escuela secundaria, él y sus padres tuvieron algunos desacuerdos en cuanto a su orientación futura. En cierto momento en que el diálogo se había estancado, acordaron que sería beneficioso pedirle al Rebe su opinión.

Durante un momento de cargado silencio que siguió a una larga y emotiva discusión, el Rebe se dirigió a la madre de Jaim y le dijo: “Quiero que sonrías”. Su petición fue tan inesperada y descolocante que ella no pudo evitar hacerlo. Al verla sonreír de oreja a oreja, el Rebe dijo: “Ahora que estás sonriendo, puedes irte. Quiero que la gente sea feliz cuando se vaya de aquí”.9

Esta historia dice muchas cosas, pero en el contexto de nuestra reflexión, merece la pena destacar la decisión consciente del Rebe de culminar con amabilidad una conversación casi seguramente difícil. Podemos aprender de esto que, por muy amplia que sea la brecha entre las perspectivas, siempre amerita mantener un sentido de conexión compartida y de buena voluntad en beneficio de todos los implicados.

Otro ejemplo está registrado en una serie de cartas entre el Rebe y el autor de best-sellers Herman Wouk, que era un judío ortodoxo. El intercambio se inició cuando el Sr. Wouk escribió al Rebe solicitando su opinión sobre un determinado proyecto de educación comunitaria. El Rebe, por diversas razones, lo rechazó críticamente.10 Pero la carta no terminó ahí. Inmediatamente después de su crítica a la propuesta del Sr. Wouk, el Rebe procedió a expresar su más sincero aprecio por los esfuerzos del Sr. Wouk en apoyo de la educación judía, refiriéndose a él como “no un mero 'partidario' sino como un verdadero socio”. El Rebe continuó diciendo que esto era “consistente con su participación en el trabajo de Lubavitch en otras partes de los EE.UU. y en la Tierra Santa, así como en otros lugares, siempre respondiendo a un llamado, cuando se presenta la oportunidad”.

Una vez más, vemos que el Rebe equilibra una postura firme e inquebrantable en temas importantes y potencialmente polémicos con un compromiso inquebrantable de concluir cada intercambio interpersonal con una nota positiva. Esta historia demuestra poderosamente la habilidad del Rebe para defender sus principios sin perder el respeto y la conexión con cada individuo.

Verdaderamente, el Rebe hizo todo lo posible para asegurarse de que todos salieran de un encuentro con él —ya fuera en persona o por escrito— en mejores condiciones que antes de conocerse.

Como último ejemplo de esta expresión del Sesgo de Positividad del Rebe, es conmovedor recordar cómo el Rebe concluía tan a menudo los farbrenguens, cuando se reunía con sus Jasidim para una noche de animadas enseñanzas y cantos de oración. Después de horas de intenso aprendizaje y reflexión, cuando el farbrenguen llegaba a su fin y el Rebe se preparaba para despedirse, frecuentemente animaba a los Jasidim a cerrar la noche cantando una alegre canción cuya letra, tomada de Isaías,11 refleja perfectamente la temática de este capítulo: Saldréis con alegría, y saldréis en paz. Esta canción acompañaría al Rebe al salir del edificio y seguiría resonando en los corazones de los jasidim al volver a casa con sus familias y sus vidas individuales. De alguna manera, esta canción continúa resonando para aquellos que están abiertos a escucharla, recordándonos a todos que debemos concluir cada experiencia e interacción con una nota positiva.