¿Alguna vez te has sentido tan agobiado por la emoción al punto de haberte quedado sin palabras? ¿Alguna vez has sentido que no sólo te faltaban las palabras apropiadas, sino que incluso estabas confundido sobre cómo pensar y sentir en respuesta a algún evento particular?
Muchos de nosotros experimentamos este tipo de desorientación cuando nos enfrentamos a acontecimientos trágicos, ya sea en nuestras vidas, en las de quienes nos rodean o incluso a escala mundial. Además de los sentimientos de dolor y pérdida que experimentamos, también podemos sentirnos confusos sobre cómo afrontar tales sentimientos. ¿Cómo debemos responder a lo que ha sucedido? ¿Cómo podemos afrontar la sensación de pérdida y los sentimientos de soledad que la acompañan? Esta confusión puede hacer que nuestra experiencia interna sea dolorosa y a veces agotadora.
Aunque la creencia en la guía afectuosa de un Poder Superior y en el significado de nuestra existencia ofrece un gran consuelo en momentos de tragedia y pérdida, dicha creencia conlleva su propio conjunto de retos y preguntas en tales momentos: ¿Está permitido cuestionar a Di-s o protestar por Sus caminos? ¿Qué lugar hay para el dolor personal si creemos que Di-s es justo y que el alma de nuestro ser querido continúa viva?
Si, como enseñan los Sabios de Israel, la última verdad es que “ningún mal desciende de lo Alto”,1 ¿a dónde podemos acudir para encontrar sentido a la desgracia? Y, suponiendo que lleguemos a encontrar un sentido a nuestro sufrimiento, o que de alguna manera aceptemos la adversidad, ¿no estaremos entonces consintiendo la existencia del sufrimiento en el mundo?
Estas cuestiones han sido debatidas por eruditos judíos a lo largo de la historia, y sus conclusiones reflejan una variedad de perspectivas. Algunos defienden la necesidad de mantener una fe sólida ante el sufrimiento a pesar de la fragilidad humana, mientras que otros dan cabida a la expresión de una serie de emociones humanas a expensas de una fe incuestionable.
Nuestra generación fue bendecida con un líder judío único, el Lubavitcher Rebe, Rabino Menajem M. Schneerson, de bendita memoria, que personificaba una tremenda fe en Di-s así como también un profundo amor por la humanidad. A lo largo de sus cuatro décadas de liderazgo, el Rebe respondió a muchos eventos trágicos que tuvieron lugar en la comunidad judía. Lo que sigue es una colección de sus reacciones a tales eventos y la guía que ofreció, resaltando la manera en que incorporó tanto la devoción incondicional a Di-s como la profunda compasión por la humanidad en sus respuestas.
En la correspondencia del Rebe con los dolientes, hay una firme insistencia en que todos los eventos son parte de un plan divino y que todo sucede para bien, y también una aceptación muy real del sufrimiento humano y su expresión. En la cosmovisión del Rebe, las expresiones de fe y las expresiones de las vulnerabilidades humanas no son contradictorias. La gratitud por la vida que se fue puede expresarse junto al dolor, y la fe inquebrantable puede coexistir incluso desafiando a los caminos de Di-s.
Espero sinceramente que quienes hayan sufrido alguna pérdida, así como quienes buscan alguna forma de acercarse a las pérdidas de otros, puedan encontrar orientación y consuelo en algún lugar de las cálidas palabras que siguen.
Mendel Kalmenson
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