En el jardín de la casa de la infancia del Rebe había un árbol alto. La madre del Rebe relató que a los cinco años su hijo trepó hasta la cima del mismo. Ella lo llamó:

—Mendel! ¿Por qué será que los otros niños que trepan al árbol se caen, y tú pudiste llegar hasta arriba?

Su hijo respondió: —Ellos miran hacia abajo, se ponen nerviosos y caen; yo miro sólo hacia arriba. Cuando miras sólo hacia arriba, no te caes.

¿Por qué será que los grandes avanzan hacia adelante y hacia arriba con una confianza tan invencible, que no conocen el miedo a persona o cosa alguna, y derriten montañas con su palabra?

Indudablemente es la claridad de su visión. Nosotros -que dormimos cuando estamos despiertos y estamos despiertos cuando dormimos, creemos pero no creemos, sabemos pero no entendemos-, jamás nos permitimos ir derecho hacia la luz, porque no tenemos certeza de que ella no es oscuridad. Al avanzar, miramos hacia atrás; al escalar miramos hacia abajo.

La vista del Tzadik es aguda y clara. Sus palabras, sólidas y firmes; su convicción atraviesa montañas. El Tzadik no ve obstáculos en su camino, sólo la luz que lo atrae.