Aquel era un trabajo fuera de lo común para un judío de Europa del Este de principios del siglo XIX, pero Arié lo hacía con lealtad. Como alcalde de la ciudad, era responsable de registrar los nacimientos, las muertes y otros acontecimientos importantes.

Una vez sucedió que el hijo de una familia no judía decidió convertirse al judaísmo, una ofensa que podía costarle caro en esos tiempos en los que era ilegal para un cristiano abandonar su fe. Pero estaba decidido a seguir al Di-s de Israel, y el pueblo judío le dio una cálida bienvenida y lo protegió de todo mal.

Sólo había un problema. El hombre no podía usar sus papeles oficiales, en los que se lo identificaba como no judío, porque su aspecto judío revelaría su “delito”. Pero tampoco podía pedir papeles en los que se lo identificara como judío sin levantar sospechas.

Al final, encontraron una solución. Había fallecido un hombre judío de casi la misma edad. Si Arié “olvidaba” registrar su muerte, el converso podría asumir la identidad del difunto y vivir como judío sin necesidad de ocultarse.

Al ver el desamparo del hombre, Arié accedió a hacer la vista gorda.

Pero las cosas salieron muy mal. Alguien (quizás un familiar del converso) sacó a la luz el complot, y Arié pronto se encontró en una seria batalla legal por su propia vida.

Angustiado, Arié buscó al rabí Schneur Zalman de Liadi y le confesó su problema.

Luego de escuchar la fecha de la inminente audiencia, el rabí Schneur Zalman le aconsejó pedir una prórroga.

Cuando la segunda fecha se acercaba amenazante, Arié volvió a acudir al rabí Schneur Zalman, que volvió a aconsejarle una prórroga que pudo, otra vez, conseguir.

Cuando ya no le era posible aplazar la fecha del juicio, el rabí le aconsejó: “pronto mi nieta se casará con el nieto del rabí Levi Itzjakof de Berditchev. La boda tendrá lugar en la ciudad de Zhlobin. Ocúpate de ir a la boda e intenta por todos los medios hablar con el rabí Levi Itzjak. Seguro podrá ayudarte”.

Pero las cosas no eran tan simples. La ciudad de Zhlobin (a mitad de camino entre las ciudades natales de los dos rabinos ilustres) estaba repleta de millones de visitantes que habían venido a ser testigos de aquel casamiento con semejante carga espiritual. Cada vez que Arié trataba de acercarse al rabí Levi Itzjak, se encontraba bloqueado por hordas de personas que también querían pasar unos pocos momentos preciosos en presencia del hombre santo.

Con desesperación, decidió ir a la puerta de la habitación del rabí Levi Itzjak y así asegurarse de ser el primero que lo viera la mañana siguiente.

(Mientras esperaba, observaba cómo el gran sabio descansaba en su lecho y al mismo tiempo dos asistentes le leían, uno de la Mishná y otro del Zohar. El rabí no se movía, parecía dormido; pero cada vez que uno de los lectores se confundía, decía en voz alta: “¡Nu, nu!”. Esto fue así durante dos horas, hasta que el rabí Levi Itzjak hubo descansado).

Cuando Arié al fin entró, el hombre santo le preguntó: “¿Quién te envió aquí?”.

“Mi rebe”, fue su respuesta. “El rabí Schneur Zalman”.

“Oh, mi nuevo familiar político, es un hombre honrado, un sabio, una persona divina”, repitió un par de veces el rabí Levi Itzjak, y cada vez enumeró las cualidades positivas de su colega. “Nu, sertze”, dijo el rabí Levi Itzjak (y usó el término eslavo para referirse al corazón de manera cariñosa). “¿Qué puedo hacer por ti?”.

“Soy el alcalde de mi ciudad”, comenzó a decir Arié para introducir su problema.

“¿Qué es un alcalde?”, se preguntó en voz alta el rabí Levi Itzjak.

Luego de que Arié explicara sus obligaciones, él le preguntó: “¿Qué? ¿Un alcalde judío? ¿Dónde se ha visto un judío que sea alcalde? ¿Cómo puede ser?”.

“Mi rebe me dijo él mismo que aceptara el puesto de alcalde”, contestó Arié.

“Si es así, y tú aceptaste el trabajo con la bendición de mi familiar político”, dijo el rabí Levi Itzjak, con aún más elocuencia en su adoración por el rabí Schneur Zalman, “no tienes nada que temer. Seguro Di-s te ayudará y te protegerá de todo lo malo”.

Con esas palabras, la reunión llegó a su fin.

Luego de escuchar lo que había ocurrido, el rabí Schneur Zalman le dijo a Arié: “¿Nu? ¿No te di un buen consejo? ¿No fue una buena idea ir con el rabí Levi Itzjak?”.

La fecha del juicio se acercaba de a poco, y Arié aún no tenía idea de cómo se defendería. Después de todo, era cierto que había permitido al pobre converso usar la identidad del hombre fallecido.

Pero luego, un día antes del juicio, un incendio estalló en el palacio de justicia y se quemaron todos los registros, incluida la evidencia que incriminaba a Arié.

(De las historias del rabí Leib Edelman, Shemuot Vesippurim II, pág. 91-03).