Luego de completar su educación en Montreal, R. Mendel Lipskar fue a estudiar a la ieshivá de Jabad en Nueva York. Como era costumbre, los estudiantes tenían una breve audiencia con el Rebe en ocasión de su cumpleaños; el Rebe ofrecía una bendición, y el estudiante podía pedir orientación.
Ese año, Mendel tenía dificultades con su compañero de estudio: no podían dejar de discutir. Todo lo que él decía, su compañero lo contradecía; todo lo que su compañero decía, Mendel lo contradecía. Cuando llegó su cumpleaños y habló con el Rebe, Mendel expresó su frustración con la situación: “Rebe, debe haber algo deficiente en mí. Me encuentro discutiendo constantemente con mi compañero de estudio…”. A continuación, pidió orientación al respecto.
El rabino Lipskar recordó:1
“El Rebe me dijo: 'Parece que tienes un don para el pilpul'. Por pilpul se refería a la capacidad de entablar un debate talmúdico crítico en un intento de aclarar el significado de textos difíciles. Me animó a perfeccionar este método. Y, de repente, una situación que había parecido bastante negativa apareció ante mí como una enorme oportunidad de auto-superación.
“Luego de esa audiencia, cuando estudiaba con mi compañero, tenía una percepción completamente diferente de lo que era nuestra discusión. Era algo positivo: discutíamos porque estábamos insatisfechos con una lectura superficial del texto; ¡cada uno quería encontrar un significado más profundo!”
Este es un ejemplo clásico de lo que los terapeutas y coaches orientadores llaman “reencuadre”, una técnica que se utiliza para capacitar a las personas a evaluar una situación, persona o relación concreta desde una perspectiva diferente. También llamada reestructuración cognitiva, la idea es que el punto de vista de una persona depende del marco a través del cual se observa, y define el enfoque y los límites de su visión. Cuando se cambia ese marco, el significado cambia, y el pensamiento y el comportamiento de la persona suelen cambiar también.
Como lo evidencia su respuesta al descontento del alumno de la ieshivá, el Rebe era un experto del reencuadre redentor. A través de un breve encuentro o incluso sólo una palabra, el Rebe podía replantear toda una visión del mundo, una relación, un evento o un camino de vida.
Las historias de estos profundos cambios espontáneos de perspectiva en el diálogo con el Rebe proporcionan un marco revelador que muestra el Sesgo de Positividad del Rebe en tiempo real.
Conejillo de Indias o Pionera
Cuando Sheindel Itkin tenía 14 años, se fundó en el vecindario una nueva escuela secundaria avanzada para chicas de Lubavitch, a la que su padre la animó a asistir. Afirmando deliberadamente su independencia y no queriendo sentirse como un “blanco de pruebas” para el nuevo programa, Sheindel se negó rotundamente, deseando en cambio asistir a la escuela más consolidada del distrito. Decepcionado, su padre la instó a que escribiera una carta al Rebe para solicitar que la orientara.
Sheindel, en efecto, escribió una audaz carta al Rebe, que concluía con las siguientes provocadoras palabras: “No quiero ser un conejillo de indias”.
Reflexionando sobre esto años más tarde, admitió: “Quizás fue un poco inapropiado escribir esto, quizás no tenía derecho a hacerlo. Pero era una adolescente y tenía una mentalidad muy independiente. Y me empeñé en no ir [a la nueva escuela]”.
Unos días después, Sheindel recibió una respuesta del Rebe que cambió completamente su perspectiva. Su carta original le había sido devuelta, con una ligera modificación, hecha de puño y letra del Rebe. El Rebe simplemente había tachado el término “conejillo de indias”, y había escrito: “jalutzá”, en su lugar, que significa “pionera”.
“¿Jalutzá? ¿Me está diciendo que sea una pionera? Escalaré montañas, atravesaré ríos, ¡haré lo que sea!”
“El Rebe sabía cómo, con una sola palabra, llegar a una adolescente. Una simple palabra que comprendía la esencia de lo que yo era. Mi necesidad de ser única, de ser especial, de ser diferente, y de forjar nuevos caminos.... Así que, por supuesto, fui al [nuevo] instituto. Éramos la clase 'pionera'”.2
Después de ese año inaugural, Sheindel mantuvo una relación de por vida con el instituto Beis Rivkah de Crown Heights, y actualmente es su directora. El Rebe replanteó su situación y cambió el curso de toda su vida con una sola palabra.
Invertir en el futuro
Bobby Vogel, un hombre de negocios de Londres, contribuyó a la creación de un renombrado colegio masculino de Lubavitch. Durante la que sería su última audiencia con el Rebe, Bobby expresó su remordimiento por no poder seguir manteniendo económicamente la escuela. La carga, dijo, recaía en su mayor parte sobre sus hombros, y le parecía demasiado para una sola persona.
El Rebe sonrió y dijo: “Te hablaré en el lenguaje de un hombre de negocios. Imagínese que está negociando con diamantes. Si tuvieras una bolsa llena de diamantes y yo colocara en ella algunos diamantes blancos-azules adicionales, ¿te quejarías?”
El Rebe concluyó cálidamente: “Estas cargando diamantes. Nunca los dejes; sigue adelante”.3
Con esta metáfora aparentemente sencilla, el Rebe dio vuelta el esquema de Bobby. Lo que inicialmente se percibía como una carga se reveló como una bendición. Cada alumno es una gema preciosa que hay que pulir y preparar para una vida que ilumine y enriquezca su entorno. Desde esta perspectiva, la educación de un niño no es una costosa obligación sino una oportunidad de oro.
Como resultado duradero del “reencuadre” del Rebe, Bobby continuó su apoyo financiero a múltiples escuelas y proyectos educativos durante los siguientes 40 años.
Ciudadano de segunda clase
Un joven estudiante de ieshivá que, a pesar de sus esfuerzos, sólo tenía un nivel académico promedio, se sentía mal por no haber alcanzado el nivel de excelencia escolar al que aspiraba en base a las expectativas de su familia y su comunidad.
Esto le provocó caer en una depresión. Cuando uno de sus compañeros le preguntó qué había pasado, le explicó que había acudido al Rosh Ieshivá, el director, para hablarle de sus sentimientos de incapacidad, de fracaso y de miedo a no alcanzar nunca el renombre en la Torá que tanto deseaba.
Tratando de reconfortarlo, el Rosh ieshivá le explicó que, aunque nunca llegara a ser un erudito o profesor de Torá, siempre podría dedicarse a los negocios y utilizar su éxito para apoyar a otros eruditos e instituciones de Torá.
Aunque bien intencionadas, estas “palabras de consuelo” hicieron que el joven estudiante cayera aún más en desesperación. Había sido educado en la creencia de que el mayor logro alcanzable era ser un gran erudito de la Torá. Ahora le decían que esa aspiración y ese sueño de la infancia estaban por encima de sus posibilidades y que, como mucho, podía apoyar los logros de otros.
El amigo con el que se había desahogado le aconsejó que escribiera una carta al Rebe para expresar sus amargos sentimientos, y así lo hizo.
El Rebe le respondió lo siguiente:
Hay una Mishná que expresa claramente la misión de la existencia humana: “Fui creado para servir a mi Creador”.4
Según esta sencilla pero profunda enseñanza, el objetivo de toda la existencia humana, nuestra razón de ser, es servir a Di-s. Hay numerosos caminos para hacerlo. Uno de ellos es el estudio de la Torá, pero otro, igual de importante, es el apoyo al estudio de la Torá.
Algunas personalidades y habilidades son adecuadas para un camino en particular, y otras son más adecuadas para otro camino, pero el objetivo final para todos los seres humanos es el mismo, sin importar el camino.
Nuestras habilidades únicas son la forma en que Di-s nos enseña qué camino hacia esa meta universal es el adecuado para nosotros.
La carta del Rebe replanteó completamente la comprensión del joven estudiante sobre el propósito de su vida y reorientó sus aspiraciones y ambiciones.5
Como resultado, su espíritu se levantó y su sentido de dignidad y propósito fueron restaurados. En la explicación del Rebe, no es que haya ciudadanos de primera clase (es decir, eruditos de la Torá) y ciudadanos de segunda clase (empresarios y laicos) que sirven y apoyan a los ciudadanos de primera clase. Ni el erudito ni el que sustenta es superior ni inferior. Simplemente tienen diferentes medios de lograr el mismo objetivo, que es el servicio a Di-s. En todos tus caminos, reconoce a Di-s, y Él dirigirá tus caminos.6
Arar es parte del proceso
Cuando R. Avrohom Glick comenzó a enseñar en la escuela diurna de la ieshivá de Jabad en Melbourne, coordinó varias actividades juveniles. Después de tres años, su papel se volvió más administrativo como coordinador de Estudios Judíos. Una parte importante de su jornada se dedicaba a disciplinar a los alumnos que le enviaban desde la sala de estudios. Según el rabino Glick: “Comencé a sentir que no estaba utilizando mi tiempo de la manera más productiva. En lugar de ser un educador, me había convertido en un policía”.
En su siguiente viaje a los Estados Unidos, mientras se reunía con el Rebe, el rabino Glick mencionó estos sentimientos negativos sobre su papel actual. El Rebe le respondió sin rodeos:
Arar es una de las treinta y nueve categorías de trabajo que están prohibidas en Shabat. Esto, sin embargo, plantea una pregunta. La regla general es que una actividad que es destructiva no se considera “trabajo” y no está prohibida por la Torá. Arar un campo, que implica romper la tierra, parece ser un acto destructivo, y por lo tanto no debería estar prohibido en Shabat.
La respuesta es que arar es un requisito esencial para sembrar. Las semillas no crecerán si la tierra no está bien preparada. Y si las semillas no crecen, no habrá trigo, y a su vez no habrá pan. La disciplina en la escuela funciona de la misma manera. Es un requisito necesario para la enseñanza, y sin ella no puede haber un aprendizaje adecuado. No pierdes el tiempo manteniendo la disciplina, al contrario, estás facilitando la ense;anza y el aprendizaje.7
Este reencuadre reenfocó la visión del Rabino Glick en el espectro completo del proceso educativo.8
En pocas palabras, el Rebe tranquilizó al Rabino Glick y al mismo tiempo le enseñó una profunda lección. Lo que puede parecer una tarea negativa cuando se mira de forma aislada, en realidad sirve para un fin positivo y un propósito superior cuando se lo observa en el contexto más amplio de un proceso mayor.
¡Tal es el poder del reencuadre!
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