¿Deberíamos tomar estos conceptos acerca del consuelo para sustituir y eliminar el duelo por completo? En efecto, si el alma experimenta el alivio de su liberación del cuerpo y la libertad de experimentar el regocijo espiritual sin ningún tipo de alteración, ¿qué lugar le queda al dolor? ¿Quizás las expresiones de dolor indiquen incluso una falta de creencia en la eternidad del alma y en la perfección de los caminos de Di-s?
El Rebe vio la respuesta a estas preguntas en las leyes de la Torá sobre el duelo:
Cabe preguntar: Si [la muerte] es una “liberación” para el alma, ¿por qué la Torá ha prescrito períodos de duelo, etc.? En realidad, no hay contradicción alguna. La Torá reconoce el sentimiento natural de dolor que se siente por la pérdida de un ser cercano y querido, cuyo fallecimiento deja un vacío en la familia, y cuya presencia física y el contacto con este ser querido son echados de menos. Por lo tanto, la Torá ha prescripto los periodos de duelo necesarios para dar expresión a dichos sentimientos y facilitar la recuperación del equilibrio y la adaptación adecuados”.1
En otra contexto, el Rebe expone de manera similar:
“Sin embargo, los familiares y amigos sobrevivientes lloran durante un tiempo la partida y el ascenso del alma a su morada celestial, porque esa persona ya no está físicamente aquí en la tierra y ya no puede ser vista, oída y percibida por los sentidos físicos y por ello se la añora con tanta tristeza.2
El Rebe veía las enseñanzas de la Torá, y la forma en que se implementan en la ley práctica, como una prescripción para aliviar nuestro sufrimiento ante el dolor, pero también como una forma de abordar la verdad de la naturaleza humana. Las etapas del duelo que se describen en la ley judía proporcionan el marco adecuado para el doliente, en el que puede expresar su dolor y procesar la pérdida por etapas a medida que el tiempo va avanzando.
Pero el Rebe también subrayaría cómo las mismas prácticas y rituales de duelo que validan el dolor del doliente y facilitan su expresión proporcionan también el mecanismo para superar dicho dolor gradualmente:
El Creador y Amo del universo nos ha instruido que los temas relacionados con el avelut (duelo) estén acotados en el tiempo, aunque durante el tiempo apropiado es natural y adecuado expresar dolor y pena por la triste pérdida, de conformidad con la naturaleza que Di-s implantó en el ser humano.
No obstante, a medida que se van cumpliendo las distintas etapas del duelo —los tres primeros días de profundo dolor y lágrimas, los siete días de shivá, [los treinta días de] sheloshim, etc.— no está permitido prolongarlas más allá de los días estrictamente asignados. Y puesto que tal es el mandato del Creador y Amo del mundo, está claro que cumplir dichas instrucciones Divinas está dentro de la capacidad de todos y cada uno, ya que Di-s no espera lo imposible de Sus criaturas, (por lo cual) proporciona a todos de antemano la capacidad y la fuerza necesarias para llevar a cabo sus instrucciones tal y como lo establece Su Torá, llamada Torat Emet (“Torá de la Verdad”), porque es verdadera y realista en todas sus enseñanzas y ordenanzas.3
A veces, a los dolientes les resulta difícil desprenderse de su dolor. Cuando el período de duelo tradicional de siete días llega a su fin, el doliente puede preguntarse: “¿No es insensible por mi parte volver a la vida normal tan pronto después de haber perdido a alguien tan querido?”. O bien: “Si realmente me importara mi ser querido, ¿no debería continuar abrumado por el dolor?”. Y quizás lo más devastador de todo: “¿No es un insulto para el alma (del finado) que los dolientes, sus seres queridos, “superen” finalmente su partida de la vida en este mundo?”
La respuesta del Rebe a tales pensamientos fue enfática:
“Quienes piensen que la disminución gradual del duelo puede provocar que el alma del difunto se sienta menospreciada están totalmente equivocados. Todo lo contrario: el duelo excesivo de los dolientes no es bueno para el alma en el Mundo de la Verdad”4 .
De hecho, el Rebe insistiría en que no sólo no es egoísta ni insensible limitar el propio dolor, sino que al prolongar el período de luto en exceso, uno antepone sus propios intereses a los del fallecido. Así escribe el Rebe:
Dejarse llevar por tales sentimientos [de dolor] más allá de los límites establecidos por la Torá —además de ser un perjuicio para uno mismo y para todos quienes le rodean, así como para el alma del difunto, como lo hemos mencionado anteriormente— significaría que uno está más preocupado por sus propios sentimientos que por los del alma querida que se ha elevado a nuevas alturas espirituales de regocijo eterno. Así, paradójicamente, el sentimiento de dolor exagerado, causado por el gran amor hacia el difunto, en realidad causa dolor a la (finada) persona amada, ya que su alma continúa interesándose por el ser querido dejado atrás y así puede ver todo lo que pasa (incluso mejor que antes) y se alegra con él en sus alegrías... 5
En una carta escrita en 1975 a la Sra. Rose Goldfield, quien perdió trágicamente a su hijo en un accidente automovilístico, el Rebe llevó la idea de limitar el dolor por el bien del alma que ha partido aún más lejos. En su carta señalaba que el alma del difunto no sólo desea que sus seres queridos superen su dolor y vivan la vida al máximo, sino que desea que lo hagan no por un sentido de obligación agobiante, sino con paz y alegría interior.
…Por consiguiente, cuando, por voluntad de Di-s, una persona cercana fallece, quienes quedan aquí (en vida) ya no pueden verlo con sus ojos ni oírlo con sus oídos; pero el alma, en el Mundo de la Verdad, sí puede ver y oír. Y cuando ve que los familiares están demasiado perturbados por su ausencia física, se entristece. Y, por el contrario, cuando ve que tras el periodo de luto prescripto por la Torá reanudan su vida normal y plenamente productiva, puede entonces descansar felizmente en paz.
…Es posible explayarse en lo antedicho, pero conociendo su origen y tradición familiar confío en que lo expresado sea suficiente. Sin embargo, debo añadir que se debe tener cuidado del Yetzer-hará (la Inclinación del mal) que es muy astuta y sabe que a ciertas personas no se las puede abordar abiertamente y sin disfraz. Así que intenta engañarlas ocultándose bajo un manto de piedad y emocionalidad…y así argumenta: ‘Sabes, Di-s ha prescripto un período de duelo, lo cual demuestra que (hacer duelo) es lo correcto; ¿por qué, entonces, no eres más estricto y prolongas tu período de duelo?’ De esta manera busca la oportunidad de distraer a la persona del hecho de que al final de dicho período, la Torá requiere que el doliente sirva a Di-s con alegría.
El Yetzer-hará incluso animará a la persona a dar Tzedaká (caridad) en memoria del alma, sólo que lo asociaría con tristeza y dolor. Pero, como lo hemos señalado, ello es exactamente lo opuesto al objetivo, que es causar placer y gratificación al alma.
Quiera Di-s, siendo que nos acercamos a la Fiesta de Nuestra Libertad, incluyendo la libertad de todo lo que distrae a un judío de servir a Di-s de todo corazón y con regocijo, que sea así también para usted en medio de todo nuestro pueblo, y que sea usted fuente de inspiración y fuerza para su marido, hijos y nietos, y todos quienes le rodean”.
Al Rebe no le bastaba con afirmar la premisa de que el duelo excesivo es perjudicial, tanto para uno mismo como para el alma del difunto. Como se ilustra en los dos casos subsiguientes, frecuentemente ofrecía una orientación detallada y práctica sobre cómo lograr la meta de avanzar tras una pérdida.
Una pareja, totalmente abatida tras la muerte de su hija adolescente, acudió al Rebe en busca de consejo. Aunque se sentían económica y socialmente cómodos en su comunidad, el hecho de permanecer en un lugar que les recordaba continuamente a su hija les hacía revivir a cada paso el trauma de su pérdida. Estaban contemplando la posibilidad de trasladar a su familia a un nuevo lugar, con la esperanza de que ello les permitiera sanar.
“Los demás hijos”, inquirió el Rebe, “¿en qué lugar podrían ustedes criarlos con mayor amor?”. La pareja, insegura de qué responder, escuchó atentamente mientras el Rebe continuaba. “Si la mudanza abre vuestros corazones a la curación y permite que la familia florezca adecuadamente, no teman a los desafíos que les traerá un nuevo lugar. Sigan el camino que nutrirá a sus otros hijos. Ustedes necesitan vivir con amor”.6
A veces, seguir adelante requiere dejar atrás el pasado para centrarse en el amor que existe en el presente. Pero a veces, seguir adelante puede requerir primero enfrentarse de lleno al pasado.
“No puedo dejar de vivir en el pasado”, le confió una vez al Rebe un sobreviviente del Holocausto. “Una sombra oscura se cierne constantemente sobre mi vida y no puedo evitar ver la vida a través del prisma de mi pasado traumático”.
“¿Has hablado alguna vez de tus experiencias?”, preguntó el Rebe afablemente.
“No, no lo he hecho”, respondió el hombre, “me resulta muy doloroso”.
“Entonces te sugiero que escribas unas memorias”, le aconsejó el Rebe, “pero asegúrate de escribirlas tú mismo y con tu propio nombre, no como escritor fantasma”.7
En cierta ocasión el Rebe compartió con sus seguidores cómo los medios ordenados por la Torá para expresar el dolor y procesar la pérdida se habían convertido en una realidad para él en su propia vida personal.
La ocasión fue una alocución del Rebe en su casa en la víspera del 22 de Adar 5748 (10 de marzo de 1988). Tanto los allí presentes como los miles que la escucharon por audio en numerosos lugares del mundo, jamás olvidarán esa noche.
Apenas treinta días antes, el Rebe había sufrido la pérdida de su esposa, la Rebetzin Jaia Mushka Schneerson, de bendita memoria. Casados durante cincuenta y nueve años, habían sobrevivido a la Rusia de Stalin, escapado de la Berlín de Hitler y de la Francia ocupada por los nazis, y vivido juntos, sin hijos, durante 47 años en los Estados Unidos.
El repentino fallecimiento de ella, a mitad de la noche, mientras se encontraba en el hospital a causa de una úlcera, afectó profundamente al Rebe. Durante el funeral y el período inicial de duelo, el intenso dolor del Rebe era evidente. Pero la primera vez que habló públicamente de sus emociones fue treinta días después del deceso en una alocución nocturna desde su casa en President Street en Brooklyn.
El Rebe comenzó señalando los “hitos” que la ley de la Torá establece para el proceso de duelo por un ser querido. Está el luto intenso de los tres primeros días posteriores al entierro (caracterizado como un tiempo de “llanto”); el período de luto de siete días (shivá); las prácticas de luto de los primeros treinta días (sheloshim); y las prácticas (incluyendo la recitación del kadish) del primer año. La ley de la Torá nos obliga a guardar luto, pero también nos obliga a disminuir la intensidad de nuestro luto a medida que tales etapas se van cumpliendo.
El Rebe citó entonces un enigmático Midrash que describe un intercambio entre Di-s y Moisés. Di-s estaba transmitiendo a Moisés las leyes que rigen los diversos estados de impureza ritual y cómo se obtiene la purificación de ellos. Cuando mencionó la impureza provocada por el contacto físico con un cadáver, Moisés palideció y preguntó: “Di-s Todopoderoso, pero ¿cómo puede uno purificarse de esta impureza?”.
Si bien el intercambio entre Di-s y Moisés parece de naturaleza estrictamente legal, una lectura más profunda revela que la conversación es también profundamente filosófica y existencial. Lo que Moisés estaba preguntando realmente era: ¿Cómo puede llenarse el devastador vacío creado por la muerte? ¿Cómo puede curarse o “purificarse” la sensación de adormecimiento y falta de vida que conlleva semejante pérdida?
Ahora bien, Moisés era un hombre de profunda fe en Di-s y en Sus caminos, y ciertamente entendía lo que la Torá tiene para decir sobre el proceso de purificación tras el contacto con la muerte. ¿Por qué, preguntó el Rebe, Moisés tuvo una reacción tan instintiva particularmente respecto de esta ley? La “pregunta” de Moisés no era racional. Intelectualmente, comprendía todas las explicaciones lógicas y espirituales sobre la cuestión de la muerte. Pero al percibir el dolor insoportable que la muerte conlleva, clamó a Di-s: Pero ¿cómo se puede reconciliar una mente racional con un corazón tan dolido? ¿Cómo puede sanarse los dolorosos efectos residuales de la muerte mediante un proceso legal y ritual?
El Rebe aplicó entonces dicho clamor a su propia situación. La mente entiende la diferencia entre los tres primeros días y la shivá, y entre la shivá y los sheloshim, y entre los sheloshim y el primer año; pero el corazón no lo acepta. Al llegar a cada uno de esos hitos sabemos que es nuestro deber pasar a la siguiente fase del proceso de duelo, pero nos resulta muy difícil hacerlo. Y no debemos desanimarnos por ello: el Midrash nos dice que el propio Moisés no pudo imponer inmediatamente a su corazón lo que su mente había logrado comprender. Aun después de que Di-s revelase el proceso ritual por el cual uno se purifica de la impureza de la muerte, continúa siendo un jok, un “decreto” suprarracional. Sin embargo, Di-s nos ordena hacer estas transiciones y Él nos empodera para que cumplamos Su mandato.
Por lo tanto, debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para integrar nuestros conocimientos y emociones, tanto para el buen funcionamiento en nuestras propias vidas como también por el bien de nuestro trabajo en nombre de los demás. ¡Pues ciertamente, a quienes dependen de nosotros no se les puede hacer esperar hasta que nuestras mentes y corazones hayan integrado plenamente lo que sabemos que se espera de nosotros! Y la fuerza del Decreto divino es tal que, en última instancia, tenemos el poder de prevalecer sobre nosotros mismos para sublimar las negatividades de la muerte.8
Era evidente para todos los oyentes que las palabras del Rebe, pronunciadas con tanta intensidad y emoción, eran autobiográficas, nacidas de su propio reciente encuentro con la tragedia.
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