En la noche del 11 de abril de 1956, una banda de terroristas palestinos entró en la aldea israelí de Kfar Jabad. Se dirigieron a la sinagoga de la escuela agrícola local, donde los jóvenes estudiantes de la escuela se encontraban en medio de las oraciones vespertinas, y arrasaron la sala con el fuego de sus ametralladoras Carl-Gustav. Recogieron una cruel cosecha de sangre: cinco niños y un profesor murieron y otros diez niños resultaron heridos, su sangre pura empapó los libros de oraciones que cayeron de sus manos y salpicó las blancas paredes de la sinagoga.
Los habitantes del pueblo, muchos de los cuales habían escapado de los horrores del Holocausto nazi y de los años de terror stalinista, quedaron destrozados. Un gran número de padres de alumnos fueron a Kfar Jabad para recoger a sus hijos y llevarlos de vuelta a casa, tanto que las autoridades de la escuela se plantearon clausurarla por completo. Algunos propusieron directamente que todos los pobladores se mudasen a otro lugar, ya que era demasiado peligroso vivir allí. La desesperación y el abatimiento invadieron el lugar.
La respuesta del Rebe, que llegó en forma de telegrama enviado hacia el final de la shivá (semana de luto), y numerosas cartas subsecuentes infundieron vida, vitalidad y esperanza a esa gente. El tema predominante en los mensajes del Rebe era: “Vuestra respuesta a los asesinatos debe ser continuar construyendo, continuar ampliando vuestras actividades educativas, continuar creciendo material y espiritualmente. Esta será vuestra respuesta al mal de los terroristas, y en ella hallarán consuelo y fuerza”. El Rebe también envió una delegación de doce estudiantes rabínicos en carácter de sus representantes personales, para pasar un tiempo en Kfar Jabad y visitar otras comunidades en todo Israel y transmitir su mensaje de aliento.
Hubo dos cosas sorprendentes en la respuesta del Rebe. La primera fue su demora en tomar contacto con el poblado afectado. Muchos se preguntaron: ¿Por qué el Rebe esperó una semana entera antes de enviar su mensaje de aliento?
Además, muchos esperaban que el Rebe ofreciera algún tipo de “explicación” teológica para la tragedia. Pero él se negó rotundamente a hacerlo. Todas las preguntas en la línea de “¿por qué sucedió esto?” fueron respondidas con silencio.
El propio Rebe explicó tal conducta en varias cartas, así como en una alocución pública que ofreció unas semanas después del incidente1 .
En una carta, el Rebe escribió:
Por su carta pareciera que se pregunta por qué no le he escrito inmediatamente después del suceso. Sin embargo, la Torá atestigua respecto de Aarón, el Sumo Sacerdote, que “guardó silencio”. Ciertamente, y cuánto más, debería ser así en nuestro caso2 .
El Rebe se refiere al episodio, relatado en el capítulo 10 del Libro de Levítico, en el que los dos hijos de Aarón fallecieron trágicamente el día de las inauguraciones del Santuario. La Torá relata que “Aarón guardó silencio”, indicando que, en el momento de la tragedia, la única respuesta apropiada es el silencio.
En otra carta, esta vez en respuesta a alguien que propuso una explicación teológica para la tragedia, el Rebe volvió a citar el silencio de Aarón como el modelo apropiado a emular. Sin embargo, el Rebe se apresuró a añadir:
Lo anterior sólo se aplica a cualquier intento de explicar la tragedia. Pero en lo que se refiere a la conclusión que debemos extraer de la tragedia, nuestra respuesta es clara. Comenzando con la experiencia de nuestros antepasados en Egipto hace miles de años, cada aflicción en la historia judía tiene su respuesta explícita (Éxodo 1:12): “Tanto como los afligieron, tanto se incrementaron y tanto se fortalecieron”3 .
La conducta del Rebe en el citado incidente nos sirve como enseñanza fundamental para saber cómo responder ante noticias sobre tragedias.
Lo más útil que podemos hacer por quienes sufren una pérdida, particularmente en las primeras horas y días, es simplemente estar ahí para ellos. Podemos tener palabras de sabiduría para compartir, pero no es eso lo que los dolientes necesitan de nosotros en ese momento. Todavía no están preparados para que el dolor de la pérdida sea atenuado, y tratar de hacerlo podría ser tomado como un insulto a su pérdida. Más bien, lo que necesitan de nosotros en este momento es simplemente que compartamos su dolor.
Como escribe Maimónides en su código de la ley judía: “No transmitimos enseñanzas de la ley de la Torá ni enseñanzas homiléticas ante los dolientes. En lugar de ello, nos sentamos a llorar”. Maimónides también dictamina que quienes acuden a visitar al doliente “no tienen permitido decir nada hasta que el doliente hable primero”4 .
Recuerdo haber escuchado a un terapeuta en una conferencia sobre el tema de cómo acompañar a otros en sus pérdidas de seres queridos. Contó que una vez viajó durante cuatro horas para visitar a un amigo en duelo. Durante todo el trayecto estuvo pensando en algo para decir. ¿Cómo podría consolar a su amigo, que tanto estaba sufriendo? Al llegar, aun no se le había ocurrido nada sabio para decir, así que decidió no decir nada. Después de sentarse en silencio durante un rato, dijo la plegaria de condolencias prescripta y se marchó a casa. Medio año después, se encontró con este mismo amigo, que le dijo: “Quiero que sepas que tu visita de condolencia ha sido muy importante para mí. Me conmovió muchísimo que hayas viajado hasta mi casa y no me hayas dicho nada. Obviamente, viniste simplemente para estar conmigo y compartir mi dolor, y eso me resultó sumamente reconfortante”.
Escribe tu comentario