En Rusia, durante setenta años, la vida de un jasid era un acto de martirio perpetuo.
Vivir de acuerdo a las enseñanzas jasídicas, significaba cargar sobre tu cabeza el odioso peso del Kremlin y la KGB, con la constante amenaza de arresto, tortura y exilio a Siberia. Significaba probar cada semana una nueva estrategia para evitar trabajar el sábado, enseñar a los niños cada día en otro sótano secreto, sufrir la burla y el ridículo por ser quien uno era.
Luego, esa gente vino a América. Y no pudo encontrar al enemigo.
No fue un problema exclusivo de los jasidim, sino de los judíos en general, que al inmigrar en un nuevo mundo, no vieron conexión alguna entre lo nuevo y aquello que habían dejado atrás. Lo mismo es aplicable a los diversos estilos de vida que llegaron a estas tierras. ¿Cómo puedes transmitir a la generación siguiente algo que no parece ajustarse a este nuevo contexto ni siquiera para ti mismo? Esta tarea presenta una enorme dificultad para la mente humana: Relacionar ideas familiares en un lugar y un tiempo nuevo, totalmente desconocidos.
Indefensos, somos arrastrados por la corriente del tiempo, impiadosamente arrancados del pasado que nos engendró, forzados a confrontar un futuro sin oportunidad de prepararnos. Somos víctimas intimidadas, siervos, y prisioneros del tiempo, cediendo eternamente a las presiones del momento.
Pero hay almas que permanecen más allá del dominio del tiempo y del espacio, aun al entrar en él. Ellos conocen al tiempo como alguien que mira para abajo desde la montaña más alta, observando cómo la nieve se convierte en arroyo, en río, en mar. Para estas almas no hay disonancia, no hay conflicto, sólo el movimiento de una magnífica sinfonía.
En nuestra época, entró el Rebe.
Aquéllos que no pueden ver más allá de su propio nervio óptico, vieron al Rebe como una reliquia del pasado. En cuanto al observador objetivo, es obvio que para el Rebe no hay pasado.
Para otros, la vida en las pequeñas villas de Europa no era relevante para la nueva vida en América. El Jasidismo era interesante, algo bueno en otro siglo, pero no para ahora. El Rebe vio la esencia de esa vida. Y la esencia no cambia jamás.
Para otros, el lugar y la época del martirio se había acabado, y comenzaba una era de libertad y autoindulgencia. Para el Rebe, todo esto no era más que un nuevo escalón, aún más alto, en la escalera de la trascendencia del yo.
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